Premio Estatal Arte Nuevo León 2018

Se otorgó el primer Premio Estatal Arte Nuevo León 2018 (Sic) el pasado noviembre y el CONARTE lo hizo muy bien. El premio es un replanteamiento de la vieja y cansada Reseña que se había venido analizando, estudiando y tratando de renovar durante años bajo los esfuerzos de María Belmonte, la anterior directora de la Casa de la Cultura, sede de la misma Reseña desde su establecimiento en 1977. Con el formato actual se conserva y supera la intención de conjuntar una visión panorámica de la producción artística de la ciudad y al mismo tiempo se intercambia el concepto de muestra de salón por el de curaduría, en esta primera edición a cargo de Carlos Enrique Palacios. La curaduría del Premio se conforma de 36 artistas seleccionados de entre más de 100 participantes. El jurado estuvo integrado por Amanda de la Garza Mata, el mismo Carlos Enrique Palacios y Miguel González Virgen.

El premio de adquisición lo recibió Ernesto Walker con tres obras, una titulada Ciencia 03, un libro de la colección La Ciencia en México editada por la UNAM, separado hoja por hoja y de pasta a pasta con un orificio que lo atraviesa, otra obra Expert Grill, y una tercera que sin duda fue la que inclinó la balanza hacia el premio: Modelo I, de la serie Conflictos con el centro de la tierra (Sic). Esta pieza, según el mismo Walker, pertenece a una serie que habla de toda una maquinaria que forma de forma antinatural, es decir, que contiene una serie de mecanismos y accesorios que tratan de corregir ese funcionamiento. Se presenta deconstruida, en un estuche y lista para armarse (Sic).

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Lo que el artista quiso decir es que hay una obra que precede a ésta y con la que fue seleccionado para la pasada Bienal FEMSA, en una versión nueva que para el premio se presenta desarmada y en un estuche. La de la bienal está articulada como un péndulo que carga un magneto oscilando sobre otro magneto que lo atrae, el resultado de la fuerza magnética y una serie de tensores es una oscilación circular, en lugar de la oscilación lineal que otrora libremente accionaría sobre un peso la fuerza de la gravedad. El conflicto al que se refiere Walker encuentra una larga tradición en las maquinarías de movimiento continuo, mismas que se redujeron al tamaño de un bolsillo cuando Abraham Louis Breguet logró meter un mecanismo pendular que resiste a la fuerza de gravedad en un reloj de cincuenta milímetros de diámetro, a finales del siglo XVIII. Fue un reloj Breguet lo que Napoleón sacó de su bolsillo para calcular su vanguardia y fue un Breguet lo que se encontraba en la bolsa de Marie Antoinette para dictar la hora exacta en la que bajó la guillotina sobre su cuello. Con una delicadeza verdaderamente sublime los relojeros modernos herederos de Breguet liberan sus mecanismos de la fuerza de gravedad y hay tanta ciencia e historia y política en un reloj de pulsera que el interés de Walker por la ciencia es en comparación igual al sostenido por la revista Muy interesante, que vista de cerca ni es muy interesante ni tiene nada de ciencia. El trabajo de Walker es casi una glorificación preciosista de la forma, que en cada nueva pieza que produce realiza con cada vez mayor ahínco. Pero en fin, el suyo es definitivamente arte conceptual desde que parte de una idea que inconclusa se manifiesta como una pregunta que rebasa los márgenes de la tradición clásica de las bellas artes y de sus temas. Creo que haberle otorgado el premio a Walker fue un acierto por parte del CONARTE, porque por un lado la calidad de la realización material es más que aceptable y la consistencia al interior de la disciplina personal del artista es creciente; sobre todo, otorgarle este premio es un acierto porque al ser ésta una primera edición del formato se sienta un precedente para inscribir la práctica institucional del Estado dentro de la contemporaneidad ya no sólo como una rúbrica sumada a las categorías reconocidas por el gremio del Consejo. Se ha tratado de una apuesta sin riesgos, bien calculada, justo lo que cabe exigirle a una institución. Por otro lado, según Laura Elena González, representante de la disciplina de Artes Plásticas ante el Consejo, la convocatoria es una transformación e invitación para los artistas que se han alejado de presentar sus trabajos a nivel local, cosa que dado el monto del premio (ciento sesenta mil pesos) no puede sino agitar de manera fértil la masa ya voluminosa de la producción artística en Nuevo León.

Tanto el premio de adquisición como la mención honorífica fueron trabajos inscritos en la práctica conceptual, y hay todavía un par de propuestas en la misma práctica que vale la pena mencionar: la pieza de Gina Arizpe, producto de una investigación y ya una larga reflexión sobre los campos algodoneros en Ciudad Juárez. Su obra sintetiza en un huevo formado de hilo extraído directamente de la fibra, y sobre el que se proyecta un video con una trabajadora sobre su rueca, el mecanismo que significa toda una relación del cuerpo de la mujer con una industria y su enclave en una realidad compleja que involucra indiscriminadamente la evolución de una economía a la par de un altísimo número de feminicidios. La intervención de Yolanda Ceballos es un dibujo que ocupa la pared y se extiende al piso en amplios trazos que implican todo el cuerpo en movimiento, una descripción performática del trazo y de la presencia. El dibujo hecho en el sitio transpone un dibujo hecho con anterioridad pero cuya geografía original ya poco importa puesto que al ocupar este nuevo espacio redibuja una presencia cada vez en el instante. Estos mismos trazos los ha venido haciendo y rehaciendo durante años sobre la memoria de casas y habitaciones demolidas, valiéndose de su memoria dibuja la planta y alzados arquitectónicos con su cuerpo como medida para reproducir los espacios.

La instancia de la pintura dentro de la selección es algo que merece ser comentado e investigado en sus razones, desde que es una práctica que lejos de dar señales de desaparecer se manifiesta numerosa, cuando no sólida, como en los casos de Salvador Díaz y Libertad Alcántara. Es una situación notable que la pintura más estructurada de la ciudad sea una mezcla entre lo figurativo y otros recursos, porque dudo mucho que sea el mismo caso en otros estados de la república, donde cuando es así se trata más bien y al contrario de una resistencia que se opone franca a las manifestaciones y hasta a las políticas del arte conceptual.

Ahora bien, last not least, el acierto verdaderamente trascendente de este premio fue la mención honorífica entregada a Carlos Lara, por tratarse de un trabajo en el que la forma no excede el contenido, por embrocar una historia personal con la historia política del estado y del país sin abusar de un recurso estético: un tapete bordado de yute, el material que trabajaban artesanalmente los abuelos de Carlos, migrantes de San Luis Potosí hacia la ciudad de Monterrey buscando un mejor trabajo y un mejor futuro al amparo de la bonanza representada por la fundidora y la cervecería Cuauhtemoc. El tapete está grabado con el sello impreso a base de pisadas directamente de la placa dedicada a la memoria de Eugenio Garza Sada, ubicada en la esquina en la que fue asesinado el 17 de septiembre de 1973: Ahorro y Trabajo/Legado que trasciende.

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El material es crítico porque Monterrey nunca se ha reconocido como una ciudad formada por migrantes, desconocimiento a todas luces sintomático con el acto de haber bautizado el barrio San Luisito bajo el título genérico de colonia Independencia (doblemente sintomático es que el uso de la nomenclatura identitaria de la independencia y revolución del país se destinen a ubicaciones gradualmente marginadas), y es crítico también porque la identidad que funda una narrativa en parte mitológica, la de una tradición de trabajo y ahorro, es por Carlos puesta en tela de juicio con un sentido del humor que nos obliga a ver hacia abajo, hacia un tapete y un asador de carne al puro estilo de los obreros, directo sobre el piso; esto si es que notamos las piezas en la exposición en primer lugar, porque las de Carlos son obras discretas, es decir, son una ironía propia de los lenguajes del arte conceptual. Un tapete que pisamos los visitantes a la muestra, una memoria sobre la que estamos literalmente parados y en la que nos limpiamos inocentemente los pies, al puro estilo regiomontano.

Erick Vázquez

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