Eduardo Caballero recibe el Premio a las Artes UANL

El de este año es una edición del premio a las artes de la UANL que merece celebrarse, Gina Arizpe en las artes plásticas, Jeannette Clariond en letras, y Eduardo Caballero se cuenta entre los reconocidos, una oportunidad que quiero aprovechar para hablar del trabajo de uno de los compositores más talentosos y consistentes del noreste.

Eduardo es un compositor contemporáneo que se encuentra equidistante en una tensión entre un amor por la música que podemos ubicar del lado de la tradición, es decir, la que se puede construir y entender en términos de armonía y melodía, y por otro lado un amor por la experimentación que hizo estallar esa misma tradición liberando a la música de toda regla estricta. Un caso reciente de esto es su obra para cuerdas Mi voz buscaba el viento para tocar su oído, título tomado de un poema de Neruda pero composición inspirada libremente sobre ciertos recursos triádicos encontrados en la Misa a Santa Cecilia de Ramiro Guerra, uno de sus más influyentes maestros de juventud. En esta pequeña pieza armada con apenas unos cuantos acordes podemos escuchar la quietud mínima de una comprensión de la armonía liberada de las consabidas diatribas de la resolución en una cama de cuerdas, una pieza hermosa en el sentido casi habitual del término y diametralmente contrastante con obras también recientes como Aquello tras lo que sucede en el tiempo, en donde no hay el menor rastro de acordes ni desarrollo. Es decir, la experiencia de escuchar el trabajo de Eduardo es la que cabe esperar de un compositor verdaderamente contemporáneo, alguien que no se limita para echar mano de los recursos que podemos ya encontrar en la historia de la música y de igual manera toma de los recursos que resultan riesgos liminares al oído, en un camino trazado auténticamente para sorprendernos de nosotros mismos, pues a eso vamos a la música moderna, a confirmar nuestro desconocimiento, a aprender lo que somos capaces de soportar en un universo acústico y emocional.

Su explícito interés en otras artes como la pintura y la literatura son parte congruente de esa misma curiosidad indiscriminada que se traduce en una expansión sonora, es decir, exploración que no es pura gratuidad. Las canciones adaptadas de dos poemas de Hemingway, no pueden llamarse lieders en el sentido estricto puesto que el cello y la voz se desarrollan paralelamente con voluntades propias, y lo que queda de las palabras de Hemingway es sólo la reacción sonora del compositor ante la imagen de la noche y los pájaros: la consecuencia es que no se trata de hacer música a partir de los poemas, porque no se trata de trasladar el sentido de un arte al otro. Su obra, Whose name was writ in water, no es una traducción de la pintura de Willem de Kooning, así como la pintura original cuyo título está inspirado en la tumba del poeta no es una síntesis de la estética de John Keats. Willem de Kooning sabía bien que la poesía es intraducible, que las emociones mismas son intransmisibles, y Eduardo Caballero al seguir el ejemplo del pintor está a su vez estableciendo que la música es una dimensión absoluta por derecho propio, por más que su música se desprenda de una transparente sorpresa ante los límites entre la maravilla y angustia.

El mejor ejemplo de su trabajo es acaso Espacio blanco, de entre sus composiciones mi favorita por el uso de toda su paleta de recursos, la experimentación digital, la instrumentación amplia para una expresividad cristalina en la identificación de los timbres, con un gesto sonoro en los metales que puede servir al escucha para ubicarse en el transcurso, la insistencia de un carácter musical. En Espacio Blanco se escucha también y sobre todo lo que parece ser la marca personal de su identidad acústica: el suspenso de la nota sostenida hasta el estallido o el silencio. Los aumentos de intensidad que declinan abruptamente, los largos silencios, los estallidos inesperados en desproporción a la dinámica, son lugares recurridos a lo largo y ancho de toda la música contemporánea desde que las reglas canónicas se dejaron de lado, y es un recurso cuya frecuencia no debe sorprendernos en distintos compositores así como en la danza contemporánea la exploración hacia el piso se volvió familiar, así como en la pintura abstracta la manifestación monocromática se volvió recurrente, la causa de esta recurrencia es que la naturaleza desnuda del sonido ha conducido a la experimentación de sus elementos irreductibles, el contraste con el silencio. Por su parte, en el arte de Eduardo Caballero es necesario subrayar la recurrencia de sonidos sostenidos que crecen en tensión y que acaban ya reventando, ya repentinamente apagándose en silencios, porque además son una de las claves de su universo emocional y filosófico, una temática intensamente concentrada sobre la naturaleza del tiempo y explícita en sus títulos, una temática concentrada sobre el flujo y la quietud del agua y las rocas sobre la arena, con notas que caen sobre superficies creando ondas sonoras de armónicos como las ondas que se agitan concéntricas sobre la materia perturbada, y tal vez Eduardo tenga razón y eso sea después de todo el tiempo, sólo eso, una perturbación espacial y particularmente acústica, una pausa en el sonido, como el desarrollo de una idea se comporta como la luz, que es onda y es partícula a la vez, y ni la palabra, ni la fotografía ni el video son tan dúctiles para preguntarse por el tiempo, por el instante que residual se estira hacia el siguiente intervalo, como la música. El arte de Eduardo parece decirnos que antes que armonías no somos más que convergencias, que somos algo que sucede en el instante.

Erick Vázquez

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