El performance es una de las artes que con efectividad conjuran entre público y artista una comunión inmediata e indiscutible, no gracias a la convención de guardar silencio y prestar atención a un evento que se desvanece para quedar en la memoria, sino por el grado de azar y riesgo al que el performance se somete graciosamente. Porque el cuerpo es la referencia infinita de las posibilidades de la experiencia, podríamos pensar que no necesitamos ningún otro arte, dispensar de la literatura, de la escultura y la pintura, pero el organismo es finito, y necesitamos extendernos en objetos.
Los objetos que utilizó Aura en su performance el miércoles pasado en Plaza Fátima fueron una serie de platos de cerámica que enmarcaban en el piso el espacio sobre el que Aura transitaba con una frase, “Perdón por estar rota”. La frase, susurrada, gritada, entre el habla y el grito, es decir, entre el lenguaje articulado y los límites del mismo lenguaje, repetida con pautas marcadas por la emoción de la ejecutante, Aura la fue contrapunteando con sus pasos para ir y venir entre un plato y otro que se estrellaba en la cabeza, en una pieza sonora que encontró un equilibrio perfecto entre las octavas de su voz y el crujir y esparcir de la cerámica sobre el piso, los platos rotos el signo inevitable de la nutrición y la privacidad doméstica.

Los platos, acomodados en un cuadrado alrededor de la artista y según me contó después, estaban organizados en su disposición y fractura de acuerdo a un juego de palabras encontrado en unas ruinas del antiguo imperio romano: Sator Arepo Tenet Opera Rotas, que se puede leer al derecho y al revés, de arriba hacia abajo y viceversa. En la traducción: el remador Arepo mantiene la obra girando. La ruptura de la integridad emocional, la ruptura de los objetos, la acústica de los fragmentos, expresada en un gesto circular simultáneamente con una frase acompasada en octavas, del grito al susurro y viceversa.

El control de Aura sobre su voz y su resistencia física son las herramientas esenciales, mínimas, que se esperan de una performer, pero que uno suele dar por descontado, la forma que tuvo el performance, en términos visuales y acústicos, nos permiten también comprender la planeación de un acto que permite la flexibilidad necesaria para la autenticidad. Después que acabó de romper los platos, Aura juntó los fragmentos en el piso con sus manos y sus pies, en uno de los gestos más hermosos que la civilización nos ha dado para expresar la fractura de la vida interior y la impotencia del sujeto para conservar la fractura de las relaciones con los otros, consigo, de los sueños.
Cuando la artista terminó de reunir los platos rotos la obra estaba terminada, en forma y ritmo, pero luego la artista procedió a leer una carta a su hija, cosa que ya no tenía nada que ver con el performance en lo que a la participación del público refiere, y que tuvo por lo menos la fortuna de dejarnos impávidos sin saber si aplaudir o no, dejándonos en un silencio que, discutiblemente, es la manera más decente de recibir un performance para no confundirlo con un espectáculo de mero entretenimiento. Yo le agradezco un montón a los artistas cuando me dan una manera de entender lo que el lenguaje articulado cascabelea para expresar, porque nos dan una herramienta nueva para vivir y comprender lo que la cultura se esfuerza por ocultar, y el performance de Aura -ganadora del II Concurso Nacional de Performance en el Espacio Público- nos ofreció una de esas maneras, con el goce que sólo el objeto de la escucha puede proporcionar, entre la abstracción y la concreción. Me hubiera encantado ver este performance en un espacio independiente, la experiencia a quemarropa y sin la solemnidad propia de toda institución, pero el esfuerzo que Lucía Lara y Gloria Cárdenas han mantenido, desde ya poco más de un año, por procurarle espacios al performance en esta ciudad, ese esfuerzo sí que merece un aplauso.
Erick Vázquez