Elisa terminó la traducción de un libro sobre Charles Mingus en la sala de espera de un aeropuerto durante las horas aportadas por un vuelo retrasado. Esta circunstancia de varias capas de ubicuidad -la espera, la transición entre un lugar y otro que se parece mucho a un limbo por la experiencia siempre interválica de todo viaje; la práctica de la traducción que lidia con la transmisión de un sentido de una lengua a otra; un libro sobre jazz, un género musical que se caracteriza por la tensión entre un dominio técnico preciso y la improvisación-, es la circunstancia o la posición que han caracterizado la práctica de Elisa desde temprano en su vida y que ahora, en su nuevo libro, le han permitido una muy particular escucha, la escucha del silencio como un objeto problemático, ubicuo, siempre presente. Estas condiciones de escucha son las mismas de su posición al hablar: ensayista, un género que vacila entre la disciplina académica y la creatividad de una pregunta personal, poeta y narradora, músico y practicante de kung fu. En este libro Elisa echa mano de todos sus recursos para una equidistancia y poder hablar del silencio, el recurso de sus experiencias con la música, la de sus colegas y amigos, su experiencia de vivir en grandes y ruidosas ciudades, Nueva York y Ciudad de México, su experiencia del bosque, del terremoto, el silencio de estas mismas enormes ciudades durante la pandemia, la palabra hablada y escrita y el laberinto del oído.

Lo que trato de decir al subrayar esta localización incierta es que Elisa, a pesar de tener una intensa vida académica, no es una escritora intelectualizante, en el sentido de los discursos que rigurosamente se resuelven más en relación a otros libros que a la experiencia de los cuerpos que los escriben, y eso está muy claro en todo su libro. Este esfuerzo es una ética desde la que se dirige a sus semejantes y contemporáneos, la ética de ser fiel a su experiencia para compartirnos sus dudas e investigaciones partiendo del principio de que hay una diferencia que corregir: la de las cosas que se hablan y las cosas que se implican, porque en ese intersticio es donde se ocultan los demonios de la opresión, la ideología, la coerción. Hay que hablar las cosas para conjurarlas, exorcizarlas, o relacionarlas. En esos intersticios entre lo que se calla y habla hay, también, las posibilidades de extraer un mayor placer y comprensión de los avatares cotidianos en los que el tiempo amenaza con correr desapercibido.
Elisa ha escrito antes un libro sobre el vértigo, es otro ejemplo de lo que trato de decir acerca de la naturaleza de esta escritora, porque en su libro sobre el vértigo opera de manera similar para demostrar que el vértigo es una experiencia común, que como el silencio es una muy difícil de transmitir y comprender, justamente porque en el vértigo el sujeto se encuentra desorientado (el lenguaje articulado es esencialmente geométrico, la razón propia del logos y la ratio son una disciplina de puntos, líneas, ángulos y referentes). En esa investigación Elisa ya nos hablaba de cómo la desorientación es una experiencia común en la medida en que acompaña el nacimiento de la economía industrial, junto a la que crece y prolifera. Sin embargo – y como también sucede con el silencio- sobre el vértigo hay muy pocos discursos, sorprendentemente incluso muy pocos discursos médicos, y el vértigo es una experiencia que anida en el laberinto del oído. El vértigo, curiosamente, también está emparentado a la escucha.

Elisa en su libro no nos da muchas definiciones sobre qué es el silencio porque no es su ambición darnos respuestas, más bien nos ayuda a pensarlo, nos da las herramientas conceptuales y el prisma de sus experiencias, y esta la única y la máxima exigencia que le podemos dirigir a un texto: que nos ayude a pensar lo que es difícil de pensar, la ética de recurrir a todas las vías de la investigación disciplinada y de la poesía para comprobarnos la existencia del silencio, una instancia que puede ser nuestra aliada o nuestra enemiga, que está por todos lados, entre nota y nota, entre figura y fondo. El de Elisa Corona Aguilar es siempre el compromiso estratégico de una escritura por combatir las fuerzas subrepticias de la cultura que juegan en contra de la subjetividad, en una apuesta clara por la palabra y la inteligencia para solventar una vida más dichosa y más rica, al interior silente o murmurante del sí mismo, a la escucha exterior de una vida compartida. “Notas sobre silencios” acaba de salir de imprenta, editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Erick Vázquez
