Gabriel Cázares en El Expendio este pasado viernes

La naturaleza del polvo es superficial. Táctil, epidérmico y respirable, el polvo establece una inevitable consciencia entre la piel y las relaciones entre el adentro y el afuera, nariz y pulmones, ventana y habitación. Hay un cierto peso que volátil condiciona su transportación aérea y sus márgenes de velocidad escapatoria, la cantidad de polvo sobre el piso, mesas, repisas, sugerencias siempre sorprendentes del paso del tiempo. En una ciudad industrial el polvo que se desprende de la minería a cielo abierto, la metalurgia y las plantas de procesamiento de caliza, viaja kilómetros para introducirse en las casas de los habitantes, y es una paleta de color y textura que define la experiencia y el paisaje de los cuerpos que se alimentan, duermen y respiran su economía.
A Gabriel le ha interesado el paisaje desde antes que formalizara su interés por el dibujo, e insiste en que el polvo al interior de una casa se forma en buena medida por los desprendimientos de la propia construcción en sus sutiles desplazamientos, sus perturbaciones imperceptibles, e insiste en que se forma también de los desechos diarios de la piel muerta que atómicamente se suma cuando nos rascamos y peinamos acumulando un gramaje que la escoba no termina de arrejuntar. Creo que Gabriel exagera en sus cálculos pero que tiene razón al poner atención al sedimento incuantificable del paso humano y animal. ¿Hasta qué punto la pradera de Santa Catarina forma parte del coyote y los perros en baldíos? Saberlo con exactitud es querer diferenciar forma y contenido en el polvo doméstico, representante de los cuerpos que habitan la arquitectura y la arquitectura misma en el tiempo que es habitada, relaciones fisiológicas en el conjunto de la vida que no cuantificamos: a los vectores de tiempo y espacio trazados para calcular lo infinitesimal del movimiento podríamos agregarles el polvo.

El polvo es objetivo, muestrario de sedimento casi científico, imparcial, estadístico y anónimo, contradictoriamente inhumano porque huele a ausencia definitiva, huele a pulveris revertis. La elección de Gabriel de construir con polvo una imagen escultórica en bajo relieve sobre el piso de una casa construida en los 50s, con un diseño arquitectónico aspirando al progreso y el comfort, sostiene frágil una emoción melancólica, o tal vez nostálgica porque aglomera un comentario sobre las condiciones de un cuerpo que experimenta la contemporaneidad de una economía que nos consume y habrá de consumirnos hasta que sólo quede polvo, escombro, los signos arqueológicos de la producción industrial en un paisaje que habrá de ser consumida por la misma.

El video que acompaña la instalación en El Expendio, el espacio independiente de Daniel Martínez, es el registro de una escultura monolítica construida en la periferia de la mancha urbana. La investigación que hizo Gabriel para este trabajo es exacerbadamente local para establecer una ruta del polvo y el escombro, esta tensión entre un paisaje escombrado habitado por una vida semi rural producido por una ciudad es la tensión nacida del sueño alucinante de un bienestar sin fin, que nunca podrá ser alcanzado, que sigue prometiendo que si seguimos produciendo más polvo y escombro el sueño se encontrará cada vez más cerca de su realización, y en esta distancia diametral se dibujan sobre la cartografía de una mancha urbana los grados variables entre centro y periferia.

La escultura, un faro completamente geométrico y negro con una flama en la punta, a las orillas de la civilización, es obviamente un comentario al Faro del Comercio, proyecto originalmente de Barragán, ubicado en el centro de la ciudad, y es un comentario sarcástico probablemente, bello en su utópica luz y contraste apocalíptico, veneración extraordinaria rodeada de chivos, perros sin correa y escombros, el presente y el futuro de nuestra psicología emocional que a fuerza de ser local podría indiferentemente ubicarse en Puebla, Toluca o la India. La investigación de Gabriel es desaforadamente local y con justicia porque ha sido en Nuevo León donde se realizó bajo condiciones ideales, perfectamente utópicos, el experimento de plantar un proyecto industrial sin frenos de ningún tipo para que floreciera un capitalismo que pudiera crecer sano y fuerte hasta mutar en un neoliberalismo perfecto, ideológicamente blindado en la consciencia de sus ciudadanos, hasta que la soberanía del polvo cubra todo bajo su manto y obligue a la economía a una aún inimaginable transubstanciación.
Erick Vázquez