El crítico de arte y sus amigos

Hace unos días, durante una discusión sobre crítica de arte, un artista del panel me volteó a ver fijamente durante un comentario sobre la cuestión de los críticos que sólo hablan de sus amigos. Me es imposible comprobar si esa mirada fue una alusión provocadora o consecuencia de mi magnetismo natural, pero aprovecho la atención no solicitada para hacer una aclaración pertinente, porque es algo de lo que se me acusa de vez en vez, una conclusión asombrosa acerca de mis afectos personales y la presunta incidencia de los mismos en mis juicios. Quienes así piensan resultan ser involuntariamente perspicaces, herederos ilegítimos pero históricos de Kant y de Lacan, asumen correctamente que hay por principio una relación entre la subjetividad y la estética, pero antes de proseguir, un poco de biología elemental: El ecosistema del arte contemporáneo sobrevive en un microclima, ninguna de las especies que lo conforman sobrevive fuera de ese reducido contexto de altura específica, territorio, condiciones de oxígeno y humedad, relación estrecha entre los seres vivos y el subsuelo. Es imposible realizar la práctica de la crítica sin algunas alianzas y sin pisar algunos callos, inevitable que esas mismas alianzas se sientan ocasionalmente resentidas y los ofendidos de pronto agradecidos. Justo como en un microclima, la estrechez de las relaciones no sería posible sin una hipersensibilidad a los movimientos de cada individuo de cada especie. Es por estas causas que la ciencia de la evolución considera la amistad como un elemento fundamental de la adaptación. Sin la amistad entre individuos de la misma especie, e incluso entre especies distintas, la evolución sencillamente no sería posible, hecho del que Charles Darwin estuvo muy consciente y a quien nunca dejó de sorprender. Los críticos de arte, por lo tanto, somos lo inverso de la imagen romantizada del crítico distante que en soledad rumia sus miserias, muy por el contrario, las rumiamos de manera abiertamente social.

Efectivamente le pongo una atención especial a algunos artistas, porque no hay crítico de arte sin una agenda clara y explícita, y tengo la cantidad suficiente de intercambio neuronal para esforzarme en hacerme amigo de los artistas cuya práctica objetivamente me interesa, por la razón de que la amistad es consecuencia de una afinidad ética y el mecanismo perfecto y natural para la confianza y la comunicación mutua, porque seríamos muy ingenuos en no considerar que tenemos al mundo entero y encima a la administración federal en turno en nuestra contra. No hay ni ha habido crítico en la historia que no tenga una afinidad estética y ética entre los artistas que decide apoyar, así como una reacción agresiva hacia los que decide que sería mejor se dedicaran a otra cosa. La relación entre crítico y artista es un compromiso visceral que implica la necesidad de una comprensión profunda de las razones y las soluciones formales, que implica la confianza para hablarme de su intimidad y la apertura para escuchar lo que tengo que decir al respecto, es una relación sumamente delicada, frágil, y es justamente ese compromiso el que conduce a un crítico a juzgar más duramente a sus amigos que a aquellos que no lo son (deliberadamente no los llamo “enemigos”, porque hasta donde tengo noticia no los tengo, un enemigo realiza una oposición frontal, pública y articulada respecto a los textos en los que se despliega el trabajo del juicio, honor del que no he sido merecedor). La amistad, por lo tanto, se distingue nítidamente del amiguismo, la práctica corrupta de la validación mutua bajo la que se solapa la mediocridad, y quienes no distinguen la amistad del amiguismo es porque no conocen la primera, y sus sospechas se fundan en la experiencia de una amarga soledad que no le desearía ni a Putin, porque significa que no conocen de cerca ni el amor ni la muerte. La amistad es un arte y, efectivamente, al afirmar lo anterior estoy asegurando que no hay distinción nítida entre naturaleza y cultura.

Claro que cierta ingenuidad es inevitable, la ingenuidad que comparto con los artistas -e irónicamente con la inmensa mayoría de las instituciones- consiste en creer que mi obra habla por mí mismo, pero hasta ahí llega la cosa, porque no comparto la ingenuidad de los mismos en que no espero que se me juzgue por mis intenciones, sino por las consecuencias de mis actos. Estoy dando cuenta de mí mismo y de mi práctica, porque una es indistinguible de la otra, y no llevo la argumentación más lejos porque para mi defensa no tengo que esforzarme: basta una mirada apenas superficial a mis publicaciones para comprobar que escribo de mis amigos en la misma medida en la que escribo de personas que no conozco o con las que no tengo la menor intención de compartir un café del Oxxo. La afirmación de que sólo escribo sobre el trabajo de mis amigos, cuando se articula en la voz de algún fuereño, sólo puede soportarse en la creencia de que Monterrey funciona como la aldea de los pitufos, en donde todos colaboran emotivamente y sin fricciones para el progreso de su aislada civilización; la afirmación de que sólo escribo sobre el trabajo de mis amigos, cuando se articula en la voz de algún conciudadano, es igualmente ridícula: chulo me iba a ver escribiendo de sólo cuatro o cinco artistas a lo largo de los años, tal afirmación no encuentra mayor sustento en la realidad que en la fantasía de una desacreditación fácil y perezosa, de quienes curiosamente hacen de su deseo el mío. Quienes afirman que sólo escribo de mis amigos no conocen la amistad y no conocen mi trabajo, ni tienen tampoco un concepto informado de lo que es la crítica de arte, pero la insistencia con la que se replica este prejuicio delata una fuerza sintomática, un síntoma se oculta detrás de este intento de desacreditación, mismo que puedo ver con claridad y nombrar.  

El lector agudo habrá ya detectado una individualidad indeseada, con justa razón, porque la crítica es una responsabilidad comunitaria que se distingue claramente del chisme y del ataque personal, es esta irresponsabilidad comunitaria la que conduce a hacer del individuo un chivo expiatorio por lo que no se atreven a decir de manera pública. Es esta irresponsabilidad comunitaria la que se esconde detrás de la queja, la queja de que no haya suficiente crítica y la desacreditación haragana que conduce a imaginarse un montón de fábulas inauditas de mi persona, y por eso la amistad pública y declarada es una estrategia lúcida en contra del amiguismo, que es, debo repetirlo, lo contrario de la amistad: la amistad entre un crítico de arte y un artista es la vía natural de una comunicación intelectual, consciente e inconsciente, de una alianza existencial ante la historia del arte y la historia biológica de la especie, y es la posibilidad más realista de alcanzar la pretendida objetividad de la que tanto se habla sin comprender la etimología de la misma.

Erick Vázquez

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