
La experiencia de la infancia con los muros de la casa es parecida a la experiencia de un paisaje sin punto de fuga, es decir, la mirada de la infancia fijada en las paredes que rodean el crecimiento es la experiencia de la abstracción. A lo largo de distintas visitas a la casa donde vivió su adolescencia en Coatzacoalcos, abandonada desde hace más de 10 años en un barrio casi fantasma, Libertad Alcántara fue encontrando fotografías viejas, carcomidas por la humedad como las paredes, ambas, paredes y foto, una paleta de color y una textura compartidas. Esa casa abandonada, residencia de la angustia adolescente y reflejo prismático de las insostenibles políticas sociales de la vivienda en México y su retórica corrupta del progreso, han servido a la artista para sintetizar una problemática cultural y encontrar la expresión de la degradación social mediante la gradación de las tonalidades, la paleta de Libertad es la coloridad del tiempo recuperado para hacer sentido de su presente. El centro de sus preocupaciones pictóricas es el color descarapelado por el sueño desvelado de la modernidad, y ahora, todo lo que Libertad ha venido pintando y conceptualizando desde hace años respecto a sus memorias personales y su consciencia crítica de la sociedad ha encontrado su punto culminante en la exposición “80m2”, un trabajo que logra conectar la técnica de la pintura con la preocupación conceptual en una exhibición casi perfecta.

Casi perfecta, pues un par de obras desentonan un poco con lo bien ejecutado del resto, exploraciones escultóricas que no logran ser esculturas y tampoco dejan de ser pintura desencajada, una intención de articular el cuerpo de la artista confrontado a un objeto con la naturaleza pictórica de la realidad, la experiencia viva de la ruina, pero que resultan apenas intuiciones, y aún así, estas excepciones no distraen del acierto de incluir las fotografías recuperadas, la utilización de las columnas del edificio para extender los lienzos obligando a la mirada a subir y bajar, transitar la pintura dando vueltas para encontrar sorpresas en otros muros, una comprensión tal de las tonalidades que reflejan decadencia que pareciera que las pinturas fueron creadas con el edificio en mente y no pinturas hechas en su taller; un conjunto curatorial resumiendo un cuerpo de obra que no deja lugar a dudas sobre el sentido de la exposición llevándonos a la rara experiencia de un arte que no requiere explicación alguna.

El edificio Lolyta, fábrica de ropa construida en 1946 en estilo Art Decó modernista o Streamline, y abandonado desde 1990, es el escenario ideal para el discurso de Libertad, sus lienzos en ocasiones apenas se distinguen de los muros y el óxido de las láminas en las escaleras, los escurridos de la humedad que permiten la contigüidad de distintos tonos a veces contrastantes son la naturaleza misma de la memoria. El lienzo enorme prolongándose hasta el piso, casi mural ilimitado, implica el cuerpo de la artista de manera visceral porque el área obliga a pintar estirando todo el cuerpo o de rodillas sobre el piso o tal vez incluso acostada sobre el mismo, y ha sido porque su sentido pictórico se desprende de la experiencia arquitectónica que Libertad naturalmente se ha extendido fuera del bastidor y el formato rectangular de la pintura entendida como ventana, una violencia necesaria respecto a la historia del arte para estirar la técnica de acuerdo a lo que la artista necesita decir, el lenguaje del olvido que permanece, de la memoria confusa que sólo puede explicar el presente de manera fragmentaria y en jirones, las exploraciones en yeso la solidificación quebradiza de lo acumulativo.

La exhibición, armada con un apoyo del FONCA, gestionada mediante Casa Gotxikoa, con un edificio modernista y abandonado como el marco de un trabajo experimental tan minucioso como osado, con una música de fondo de Sam Katz desarrollada a partir de sonidos domésticos envolventes, hacen de “80m2” un evento verdaderamente imperdible y confirman a Libertad Alcántara, fresca y expresiva, como una de las voces imprescindibles del arte en la ciudad.
Erick Vázquez