El cierre de la primera temporada en la Sala Nezahualcóyotl

Hay un elemento innegable en la música de Gerard Grisey que lo distancia de la mayoría de sus contemporáneos: su compromiso visceral de conectar con su audiencia. Esta inquietud, viniendo de un músico que pasó a la historia por sus innovaciones para entender la naturaleza de la acústica, es peculiar. Lo más usual es que un artista, enamorado de sus invenciones y la originalidad de sus investigaciones, deje en un lugar muy secundario los intereses emocionales del público, casi podría decirse que desde las vanguardias de principios del siglo XX el viaje que hace uno por llegar al auditorio con la esperanza de sentir algo al compositor le tiene sin cuidado. Esta doble característica de Grisey, por un lado, un interés propio de laboratorio por conocer el espectro del sonido, disectarlo, revelando en la naturaleza de sus ondas las vecindades con otros instrumentos y capacidades, y por el otro lado, una auténtica pasión por la experiencia de la música que nos enseña algo de nosotros mismos qué tal vez no estábamos preparados para saber, hicieron del concierto de la OFUNAM en la Sala Nezahualcóyotl una experieriencia que tomó a todos por sorpresa, sin saber qué sentir exactamente ni al final.

Gerard Grisey

“Transitoires” (de 1981, y que ahora recibe su estreno en México), se caracteriza por suspensos y florecimientos súbitos que va moviendo por la orquesta, a veces centrados en los alientos expandiendo su dimensión mediante la celesta y el acordeón, a veces partiendo de las percusiones, en combinaciones de color que hacen difícil saber exactamente qué instrumentos están generando la imagen, y esto se debe a una cierta generosidad: a Grisey no le importaba gran cosa que el público supiera cómo lograba las cosas que hacía, porque lo importante deben ser la imagen acústica y la aventura estética y no la exhibición de las proezas técnicas. “Transitoires” puede llegar a ser una pieza exigente, no para el escucha, porque es fácil de disfrutar, pero sí para los músicos, el contrabajista tiene particularmente una chamba muy pesada de ataques pegados al puente, en los que Víctor Flores no dudó en dejar toda el alma; el director por su parte se ve obligado a tomar muchas decisiones en torno al tiempo, Grisey era una especie de filósofo de la experiencia temporal, filosofía que se esforzó por transmitir. No puede decirse que la aventura artística de Grisey sea ilegítima en ningún sentido, es hermosa y es original y eso nos permite perdonarle el ocasional exceso de recursos reiterativos que no necesariamente son indispensables para comprender que el tiempo, después de todo, es relativo, pero sus ganas de transmitirnos su constante sorpresa cae a veces en el abuso del impacto de los claroscuros, consecuencia natural de un estudioso de la psicología de la imagen acústica, que cuando no nos conduce por la belleza de sus propios misterios le da por aleccionarnos.

Sylvain Gasançon
Foto Paola F. Rodríguez, cortesía OFUNAM

La dirección de Sylvain Gasançon me pareció ligeramente más agresiva de lo que creo que Grisey estaba buscando, con el resultado de una “Transitoires” más expresiva, ampliando aún más la riqueza sonora y acercándola a una textura más rasposita, más cercana a la de los primeros “Espaces Acoustiques” de años anteriores por el mismo Grisey, y más cercana también a la sensibilidad de una audiencia contemporánea. Creo que fue una buena decisión del director, porque la guitarra eléctrica de Fernando Vigueras y las intervenciones pautadas de la acordeonista, las notas finales de la viola de Gerardo Sánchez, se dejaron sentir con una vibración palpitante, que la sofisticada perfección exigida como sinónimo de calidad suele descafeinar.

El programa abrió con “D’un sour triste” de Lili Boulanger, compositora que fue la primera mujer en la historia en ganar el Prix de Rome en 1913 (premio que antes había sido otorgado a Georges Bizet, Berlioz y Debussy), para morir casi inmediatamente después, a los 24 años de edad. Es difícil no dramatizar la vida de la compositora, no escuchar en su trabajo una nostalgia por un futuro que se le escapaba por la enfermedad en el contexto de la primera Gran Guerra, pero Boulanger es una artista completa, es decir, su obra sobrevive y trasciende las circunstancias de su drama personal, entonces no me siento culpable de la posibilidad de haberle arruinado a quien esto lea la experiencia de su música prejuiciando el sentido de la escucha. Son datos biográficos que en su caso hay que mencionar porque es muy refrescante tener la opción de escuchar a una artista que nos habla de su época, en el lenguaje entonces moderno de una tonalidad dispersa pero segura y suficiente, segura de una dimensión emocional en la que por sincera nos podemos seguir reconociendo, aunque para ello se necesite, en nuestros días, de las condiciones tan especiales de una sala de conciertos o el lujo de un momento de silencio y un equipo de sonido.

Lili Boulanger

El programa cerró la primera temporada del año y la noche con la séptima sinfonía de Beethoven, y los de la OFUNAM se vieron muy listos en dejar a Beethoven al final, porque cuando es al contrario el público normalmente no guarda las formas y después de su reiterada dosis de historia se retira en el medio tiempo, abandonando los sonidos de la modernidad a rebotar en las butacas medio vacías. Yo me fui justo antes del Beethoven porque a mi edad del pasado ya he tenido suficiente y la noche empezaba a refrescar, pero me aseguran que la Séptima estuvo rechula y despampanante como siempre.

Erick Vázquez

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