Con la exposición de Dominique Suberville el Expendio inaugura un capítulo nuevo en su organización y protocolo de citas, las medidas de la pandemia, y es una exposición en pleno estilo, demostrándonos que tal vez después de todo se puede vivir. Con el trabajo de Suberville queda claro el valor de un espacio independiente y del más competitivo nivel de profesionalismo y compromiso conceptual.
En la primera sala se despliega una especie de versión del botiquín de primeros auxilios, alcohol, curitas, jeringa. Es uno de los resultados del estudio que Dominique ha venido desarrollando en su experiencia con el cuerpo, la observación de un léxico congruente entre la institución médica y la institución eclesiástica y de cómo éstas se las gastan con sus pacientes y súbditos, el precio en la búsqueda del bienestar. El comentario de Suberville al respecto es claro y específico a la sociedad que la circunda. Es definitivamente una articulación curiosa la de la ciencia médica y la de la mitología eclesiástica, y es probablemente endémica a la cultura sampetrina, amante del poder progresista, la superstición y la superchería.

En la segunda sala, la decisión de exponer una mesa con el archivo médico de las intervenciones quirúrgicas a Dominique fue del curador Francisco Benítez, decisión serena y lúcida, como todas las de Paco: Suberville es efectivamente una de esas artistas que son inseparables de su obra, el conjunto de su trabajo, técnica y concepto son incomprensibles sin la historia de su imagen, de las múltiples operaciones de las que ha sido objeto desde niña para corregir una malformación congénita.

Dominique es efectivamente una artista que habla de su sociedad a través de su experiencia personal, lo opresivo de una sociedad que opera el control de los cuerpos y las almas mediante las instituciones eclesiástica y médica. El mapa del cuerpo en San Pedro, todo hospitales e iglesias. Pero, en la tercera sala, el despliegue de los trajes sobrevive sin la referencia a la persona de la artista, y es avasalladora la experiencia de encontrarse con estos hábitos, confeccionados en material hospitalario, suspendidos que nos obligan a voltear hacia arriba, como niños impotentes, el lugar del paciente en la experiencia médica que nos roba toda autonomía posible, que aliena el cuerpo propio en favor de un poder sobre el organismo, la autoridad eclesiástica que expropia en favor de una autoridad moral, no hace falta más que visitar un hospital para en el ambiente de la capilla interna sentir todo el peso del abandono a la providencia.


El valor de Dominique Suberville no radica solamente en exponer su historia para incidir en una cultura, sino en el tono neutral que dicta a su trabajo, no aprovecha para hacer un drama de su historia, lo cual hubiese sido perfectamente legítimo y una oportunidad que cualquier artista utilizaría, y esa disciplina y ese respeto por la inteligencia propia y ajena es digna de un respeto que quiero subrayar.

Erick Vázquez