Me molesta como a cualquiera que me vengan a echar en cara su superioridad moral, pero en el caso de Alfredo Jaar ésta parece verdaderamente incontestable. La idea de traerlo a Monterrey por parte de Willy Kautz y Leo Marz, los curadores de la bienal FEMSA, es un cristalino esfuerzo de sus intenciones: “Ya que necesitan un artista de clase mundial para poner atención, aquí está éste para decirles que tienen que sacar la cabeza del culo y atender las cosas que de veras importan”. Y vaya que Jaar no deja de insistir. En su conferencia de más de dos horas no dejó de mostrar intermitentemente al niño inmigrante muerto en la costa de Italia, sin decir palabra, señalándolo, señalando nuestra vergüenza, mientras nos ilustraba con su portafolio cómo para él la mercadotecnia, el diseño gráfico, el activismo y el arte contemporáneo son una y la misma cosa.
El sólo hecho de mezclar todo esto indistinto brinda a la obra de Jaar un indiscutible aire de belleza filantrópica, una solución formal dramática y precisa, y sobre todo una serie de dinámicas que involucran a los ciudadanos, las instituciones y la historia de los lugares en los que interviene, para esto, nos dijo varias veces en la conferencia, antes de actuar, investiga, e investiga, e investiga las condiciones de la realidad del lugar a donde llega, porque es parte de su ética. Uno de los trabajos más hermosos que tiene es sin duda el museo de papel en una ciudad de Bélgica: Imagina querida lectora o lector una de esas ciudades que brotan de la nada, que de un momento a otro ya existen en virtud de una nueva industria, y en Skoghall de pronto ya había una de las fábricas más grandes de papel del mundo y de la historia y alrededor de la misma una nueva ciudad, con su nueva escuelita, su nuevo hospital.
En su infinita sabiduría los dueños de la fábrica y ciudad invitaron a Jaar para hacer lo que hace, y Jaar actúo en consecuencia, se dio cuenta que en la espontánea ciudad había de todo menos museos y les dijo a los directivos que renunciaba a sus honorarios a cambio de que construyeran un museo de papel y madera para los habitantes. Accedieron. El museo abrió –bueno, no había puertas- con obras de artistas jóvenes de Bélgica invitados por Jaar, y hasta aquí todo es un poco bonito y un poco aburrido hasta que al otro día Jaar envío a un técnico a prenderle fuego a todo. Toda la ciudad presenció su recién estrenado museo arder con júbilo. Precioso. El abc de su estrategia: Llegar, investigar, involucrar a los correspondientes, y subvertir.
Y todo esto sonaba de ensueño para todos en la conferencia pero estoy seguro que no sólo en mi cabeza revoloteaba la pregunta de porqué esa ética se suspendió para la ciudad que visitaba y resultó nada más platicada, porque su pregunta “¿Es usted feliz?” que se porta insignia sobre la nave del museo de la Fundidora y en panorámicos por la ciudad y que leo cada día en el parabus cerca de mi casa fuera de contexto es una pregunta retórica, que si en lo personal encuentro chocantes las preguntas retóricas en nuestro caso resulta perversa y si era una broma es de pésimo gusto, porque entonces no se está distinguiendo arte social de la más descarnada mercadotecnia. Aquí no vino a investigar nada, ni a involucrar a la ciudadanía, y por lo tanto no subvirtió nada. Se limitó a platicárnoslo en una presentación de lo más profesional.
Erick Vázquez
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La opinión de Erick Vázquez sobre la conferencia de Alfredo Jaar en el Teatro del Centro de las Artes del Parque Fundidora.