Una extraña victoria

Rubén Gutiérrez rápidamente desarrolló un léxico que le permitía hablar de los aspectos de la cultura contemporánea que lo divertían y horrorizaban por igual, léxico juguetón y crítico que ya tenía claro desde que era un estudiante de artes, con el que ya se estaba moviendo, astuta y vertiginosamente, a través del difícil mercado del arte. Aún muy joven, Rubén fue uno de los artistas esenciales en el catálogo de la galería Bf15, la primera galería de arte contemporáneo con intenciones comerciales del país, dirigida por Pierre Raine entre el 1998 y el 2000. Con su sentido del humor irónico y medio descarnado, con imágenes de zombis apoderándose de los suburbios, caricaturas de individuos que no pueden distinguir la realidad de la fantasía televisada, retratos de sujetos de revistas viviendo su soledad y su vacío existencial con una mueca de alegría, Rubén resultó visionario, profético, pero al paso de las décadas, y justamente porque esa misma clarividencia era correcta, el tiempo eventualmente volvió sus imágenes obsoletas. Un vaticinio que se cumple es lo peor que le puede pasar a un profeta en vida, porque al principio nadie lo toma demasiado en serio, y cuando el apocalipsis por fin llega, cuando el destino presagiado ya nos alcanzó, a todo mundo ya le parece lo más evidente y redundante. Las imágenes del Rubén de entonces ya no pueden competir con los memes que abundan expresivos y sintéticos de una realidad compleja.

Dibujo de 1999, cortesía del artista

Pero algo muy interesante sucedió durante el último PreMaco en la Colector Gallery, dirigida por Jesús Alberto Flores: la obra reciente de Rubén Gutiérrez muestra un trabajo donde el artista se aleja de su herramienta fundamental, su acostumbrada ironía, y en el medio de ese mismo mundo hostil que siempre ha retratado se muestra ahora expuesto a la ternura y la sorpresa de sí mismo, y curiosamente, tal vez ahora mejor que nunca, Rubén entiende la realidad paranoica en la que nos encontramos, con un diálogo interno representado en un video en el que un par de esculturas esféricas cobran vida cuando nadie las ve y ruedan por las salas de la galería preguntándose sobre lo visible y lo invisible, los espacios para respirar y la libertad posible dentro de la locura cotidiana.

Una extraña victoria. Cortesía del artista

Lo mejor de esta exhibición son los dibujos, rayones con prismacolor en hojas de media carta, gráciles, sin otra pretensión que la emoción del instante, que nos hablan directamente de cosas que entendemos, pero que no podemos explicar en su desinhibida intimidad, su desesperada gana de vivir. Si no fuera por el cálculo técnico que revela un artista experimentado, podríamos pensar que se trata de un artista joven al que le urge expresarse, que se encuentra sorprendido descubriéndose, y que remata, con el tino usual de Rubén para la frase escrita, en neón sobre uno de los muros de la galería, The Future is Always Beginning Now.

Erick Vázquez

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