El trayecto al Colegio Civil es una travesía que no agradezco, la ubicación en sí es una metáfora de la situación cultural de la ciudad y su magna casa de estudios, una edificación honorable e histórica pero virtualmente imposible de curar en términos museográficos, absolutamente hostil en términos acústicos, rodeada de un masivo comercio informal que exige al transeúnte toda la agudeza de sus instintos de supervivencia citadina e ilustra la problemática socioeconómica de una urbe que la administración de la misma prefiere ignorar: una riqueza inagotable de identidad regiomontana, las edades y la presencia de migrantes que encuentran oportunidades de supervivencia. En fin, que el trayecto es todo un reto emocional y uno puede llegar ya estéticamente exhausto a la salas de exhibición, pero Gloria me insistió que no podía perdérmelo y La imagen que no se presenta que Mayra Silva ofrece, con una curaduría de Virginie Kastel, efectivamente hace que valga la pena el trayecto, y mucho más que eso, constituye objetivamente una tarde memorable, escrita con tiempo y espacio sobre el silencio de un cortinaje.
El evento sólo sucede los viernes a las 4:40 de la tarde -siete números más que el silencio arbitrariamente paradigmático de John Cage- y el edificio es perfecto para el evento ahora que se encuentra cerrado al público por las condiciones de la pandemia y los largos pasillos más silentes que de costumbre. Llegué un poco antes y me encontré esperando a Calixto Ramírez y Sandra Leal. Las coincidencias no existen y menos dentro de la subespecie a la que pertenecen los artistas, tenían que ser artistas de performance y video a quienes encontrara para acompañar la experiencia porque lo que entiendo de arte lo entiendo por lo que los propios artistas me enseñan y ver su manera de experimentar me ayuda a entender lo que me está pasando a mí. La imagen que no se presenta consiste en dos actos, para el primer acto nos abrieron la primera sala, y en la obscuridad del largo rectángulo sólo había una proyección al fondo: las cortinas del escenario del Aula Magna del mismo edificio en el que nos encontrábamos, registradas en un video blanco y negro las cortinas se entreabren y dejan ver la obscuridad del escenario, las cortinas se vuelven a cerrar, y eso es todo. El segundo acto consiste en trasladarse al teatro en sí, el teatro estaba vacío fuera de nuestra minúscula presencia, sólo se escuchaba detrás de las cortinas la canción india de Rimsky Korsakov, y el crepúsculo, en este momento del año en ese preciso lugar de la ciudad y de la sala se acelera metronómicamente con los pulsos cardiacos para ir dejando la sala en una obscuridad tan gradual y palpable como el pesado terciopelo rojo de las cortinas del escenario. Korsakov es directo y evocativo de una gran emoción a escala de grandes lagos y amplios horizontes, esa evocación musical en un teatro vacío es la metáfora perfecta de la intimidad, transforma la gran estructura arquitectónica en una caja de resonancia para lo interno, dejándonos expuestos a lo que llevamos dentro a cambio de protegernos de la crueldad del exterior. Cuando se entra al teatro la música ya ha comenzado y seguirá repitiéndose hasta que la obscuridad y la experiencia indiquen que ya es suficiente, que llegamos para asistir a una ausencia que permite la presencia de algo nuevo, sin saber exactamente qué, pero que de alguna manera ha modificado el mundo exterior haciéndolo habitable, permisible, menos ordinario y más real.
Tal vez La imagen que no se presenta pueda resultar para algunos, justo como el concierto silencioso de John Cage, una experiencia frustrante, porque uno llega al teatro a no ver nada, porque los humanos, en nuestra mayoría, queremos respuestas, queremos que la imagen se revele, que la palabra nos responda, pero Mayra es una artista recalcitrante, es decir, que a pesar de las exigencias del Otro para justificarse no ha cedido nunca un centímetro en su compromiso por construir las condiciones formales para que la nada y el silencio subsistan en su más íntegra dignidad, compromiso irreductible como su obsesión con las cortinas y el terciopelo rojo que en ella es tan insistente como su contentamiento por seguir remachando el insondable misterio del lenguaje: desde hace más de veinte años que Mayra tiene claro que una palabra es un objeto que no es un objeto, y que los objetos de la materia son mudos sólo en la medida en que la palabra cesa de revolotear dentro de ellos. La imagen que no se presenta se seguirá exhibiendo en el mismo Colegio Civil todos los viernes a las 4:40 de la tarde hasta enero 16 del 2022.
Erick Vázquez