Estancamiento y progreso

La historia de cómo inicia el Taller es expresiva en su sencillez de la forma que ha tomado su casi espontánea estrategia: Alejandro Gómez y Nico de León, Roble Vargas y Asaí Balboa, por amistad se reunían en la colonia Moderna donde uno de los miembros habita y donde sus padres fundaron un terreno en el que varios miembros de la comunidad hicieron un lugar de trabajo, taller de rótulos, de refacciones y taller mecánico. Alianzas económicas, familiares y amistosas confluyeron en un territorio para hacerse de una manera de vida. La del Taller es luego una historia, como la mayoría de las alianzas estéticas, que empieza por la sencilla amistad incidental ubicada en un territorio, y es además la razón por la que las exposiciones en este espacio independiente son las únicas en las que podemos ver un público no exclusivo a la comunidad artística, asistentes vecinos del lugar.

La exposición del proyecto “Estancamiento y progreso” en el Taller, el pasado 09 de agosto, ha servido como la declaración de sus intenciones estéticas y políticas, del cómo una no va sin la otra, y acerca del cómo porta su título por nombre y naturaleza: un taller donde se martillean las ideas con resultados cuya autoría es confusamente comunitaria.

Al entrar a la sala principal recibía el acomodo de materiales que los miembros del colectivo fueron recopilando en excursiones hacia los alrededores del Taller, un conjunto dispar de objetos seleccionados por gusto, y que resultan familiares en el diario transitar de la colonia Moderna. Son objetos que hablan de prácticas comunes, recuperados de otros usos para ser reutilizados, reparaciones mecánicas, improvisaciones a problemas domésticos, proyectos de infraestructura a medias, el trayecto por la sala grande del Taller retrata y sintetiza ese orden del hallazgo, el recurso de la reutilización y la necesidad que es y ha sido el signo de una comunidad entera como resultado, como adaptación a unas políticas de Estado, políticas de marginación y subyugación obrera.

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Este trabajo colectivo tiene trazas de investigación histórica y de territorio, social y económica llevada a cabo con el compromiso subjetivo de formar parte de la misma, y la solución formal exitosamente expresa los esfuerzos con la cualidad añadida de que se inserta problemáticamente, en tanto espacio independiente, dentro de la comunidad artística. Ambos términos, estancamiento y progreso, son usos irónicos por parte del colectivo tanto en el uso social, que reconoce el progreso como la meta de sus afanes y el estancamiento como el defecto de los mismos, como en el uso artístico, que reconoce las formas contemporáneas progresistas y las técnicas de representación, como el collage, retrógradas.

El producto de esta exposición que por gracia o desgracia puede más fácilmente ser ubicado como una práctica artística es el modelo del tejabán que se encontraba en la sala acristalada, edificado con blocks recuperados, madera reutilizada, cables, lámina, el modelo habitacional que como una maqueta podría presentarse sarcástico dentro del proyecto de una gran desarrolladora. Una maqueta social que pone en perspectiva una realidad económica y estética y no sin cierto humor la conduce indudablemente a un rango de dignidad, el que es propio de una historia que prefiere ser ignorada. A unos metros de el Taller se encuentra de hecho un tejabán que a decir de los vecinos cuenta con más de ciento veinte años de antigüedad, y es una firme declaración de derecho ubicar dentro del patrimonio arquitectónico la construcción del tejabán como un elemento legítimo de una memoria de la adaptación y prevalencia.

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Esta estrategia de trabajo, investigación del territorio habitado y producción de ideas en conjunto, tiene las consecuencias de una resistencia, y pareciera que fundar una identidad en base exclusiva a territorio y comunidad tiene ya invariablemente este signo de la desobediencia: resistencia al sistema de las artes y su tradición elitista, resistencia a la cultura regiomontana que ha sostenido desde siempre que la comunidad obrera es el tesoro más caro de su identidad al mismo tiempo que en sus prácticas legales y sociales la considera indigna de los mismos derechos que el resto de la ciudadanía. Es la moral contradictoria tanto de unos como de otros, que sirve para sostener una inercia económica, moral y estética, que sostienen mientras afirman que la combaten.

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En la última sala el colectivo montó un collage diagramático que continúa elocuente el discurso de la historia del vecindario, misma que se extiende verosímilmente hacia más de ciento cincuenta años atrás, con las consabidas escaleras que no van a ningún lado, la mezcla de estilos, mosaicos y ornamentos dictada por el recurso disponible que bajo el ojo de un artista contemporáneo resulta todo un evento de identidad, transitando el peligro de siempre: la plataforma, el universo casi autónomo del privilegio y la especulación financiera propios del arte gracias a las cuales se sostiene y gracias a las cuales goza de una libertad que ninguna otra práctica social. Cuando se trata el problema de los menos privilegiados, de los desposeídos, de las minorías dentro del campo de las artes se está tratando de grupos que difícilmente son escuchados, sus necesidades a través de la sordina de una burocracia amalgamada a un sistema sólido de prejuicios, cuando se trata de estos temas en el campo privilegiado del arte, repito, se extiende subrepticio o explícito el fantasma de la explotación, la capitalización simbólica y a veces hasta pecuniaria de la condición de muchos en favor de una minoría en un mecanismo viejo como las propias artes liberales. Por supuesto que podemos leer en esta estrategia la apropiación enajenante de un discurso -aunque dada la historia personal de los participantes del Taller está lejos de ser ilegítima-, de usar los elementos de la pobreza para fabricar un léxico estético desinfectado de sus orígenes.  La otra mitad de esta moneda es que el mismo mecanismo sirve para visibilizar y hacer memoria de condiciones que de otra manera no tendrían este acceso, que sirve para discutirlas, preservar y llevar al campo de la discusión simbólica de la injusticia, la hipocresía y la inhumanidad de un procedimiento. Los y las integrantes del Taller están al tanto de este riesgo y no parecen estar seguros de estar haciendo arte, de lo que sí están seguras es de que se están valiendo de sus herramientas para comprender la realidad que las circunda y problematizarla en un esquema de valores que les permite repensarla. Un gesto de romanticismo desencantado, una especie de antropología de la memoria en las costumbres, de sociología que descansa por completo en un sistema estético para armar una exposición que nos ha hablado de una realidad tradicionalmente censurada en favor de una moral económica y clasista, un trabajo cuya contundencia difícilmente habríamos podido ver en otro espacio independiente.

Erick Vázquez

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