Fuego negro

Tal vez sea tan difícil creer en el arte como creer en la magia, y por exactamente la misma razón los niños entienden tan bien la ciencia. La magia, al igual que la ciencia, se encuentra con el arte a medio camino entre el dominio del signo y el reino de lo sensible.

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El pasado jueves 22 en No Automático, el espacio independiente organizado por Eliud Nava, Alejandro Zertuche presentó una serie de trabajos con obsidiana: una escultura efímera al centro de un círculo de carbón, un grupo de dibujos al carbón de diferentes especímenes de la piedra semipreciosa, una pintura del sol negro dividida en cinco cuadros, y un espejo de obsidiana que era percutido por una pequeña maquinaria.

¿Por qué Alejandro ha venido durante años radiografiando, escuchando, quebrando y rearmando la obsidiana? Su caso es de los muy pocos en la escena artística contemporánea que transita las ciencias ocultas como una vía legítima del conocimiento, tan legítima como la del arte en todo caso y con el que se encuentra en la naturalidad consubstancial de un medio que pone en crisis las propiedades concretas de lo simbólico. Las ciencias ocultas, una vez que se las ve fuera del halo de la superstición, se manifiestan como un proceso de revelaciones de sentido que transmutan la comprensión de la realidad, para entenderla y modificarla. Esta definición, del propio Zertuche, entrecomilla la realidad y no es ninguna sorpresa que sea una definición que sirve perfectamente para describir también los efectos de una práctica artística, la suya y la de otros.

El trabajo presentado en No Automático abunda luego en la suma de una larga investigación por parte de Zertuche sobre el fuego negro, el reflejo sin fondo. Roca ígnea, la obsidiana es la cristalización inmediata de la roca fundida, una solidificación de la dermis de la Tierra, algo que estaba adentro y luego afuera, el modelo entonces de un antiguo interés alquímico: el cambio de constitución de un mismo elemento por medio del fuego. Los recursos de las artes, la representación bidimensional por ejemplo, sirven aquí como ensayos sobre la naturaleza de la luz y de la obscuridad en su misteriosa connivencia. El espejo de obsidiana, un elemento cuyo uso se difundió en toda la Mesoamérica precolombina, es un reflejo cultural que problematiza el concepto de identidad, pero mediante la percusión Alejandro indaga sobre las propiedades enigmáticas de su frecuencia. La obsidiana es una roca que se comporta como un cristal, sus propiedades acústicas también se anudan al proceso de la escultura efímera de la que aquí sólo se exhiben los restos: construir en vertical hasta que la roca caiga y se fragmente.

La escultura efímera debe ser el gesto que más se acerca a la fluidez de la roca, a su fragilidad y compostura, el procedimiento que revela un orden en la fractura para preguntarse qué tan material puede llegar a ser el gesto, qué tan concreta puede llegar a ser la voluntad cuando no se distingue de la palabra -lo que los modernos llaman el deseo– para llegar súbitamente y restar silentes ante el límite de lo simbólico.

Erick Vázquez

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