La segunda entrega en el ciclo de las sonatas completo para violín y piano de Ludwig van Beethoven por Juanmanuel Flores y Noé Macías se realizó el pasado 22 de noviembre bajo el auspicio de CONARTE. Esta vez el concierto se realizó en una sala de la Casa de la Cultura en lugar de un teatro y pudimos experimentar la música de cámara en el verdadero sentido del término: a quemarropa. Además de la ventaja de la cercanía en una sala pequeña se tiene el enorme provecho de un pudor considerable por parte del público a la hora de contestar los celulares y sacar dulces envueltos en celofán en la emergencia de una repentina baja de azúcar en la sangre, irrupciones que hacen de los amantes de la música clásica –y en especial de los críticos- una minoría oprimida.
Las obras interpretadas fueron las sonatas número 04 (Op. 23, 1801) y número 09 (Op. 47, 1803 “Kreutzer”). Hubo un cambio en el programa, los músicos decidieron abrir con un Rondó de Ramiro Guerra, partitura que los mismos Juanmanuel y Noé limpiaron y trabajaron. La obra es una pequeña clase de historia de la música, se empieza por un lenguaje tradicional clásico y se mueve hacia el romanticismo tardío y hasta la modernidad sin perder la forma de Rondó. Las sonatas 04 y 09 guardan un parentesco de carácter inquieto, y creo que ese fue el motivo para programarlas juntas; a la Op. 23 #04 en particular Noé la imprime con una dulzura y una delicadeza al piano que en Beethoven es fácil pasar por alto cuando se indica brincar del adagio al presto y viceversa como dinámica sostenida.
La Kreutzer era para mí y supongo para el resto de los presentes el principal motivo para asistir, lo cual debe ser injusto para los músicos como para los sacerdotes son los parroquianos que van a misa exclusivamente por la bendición. La razón de esta popularidad se debe en parte a que la sonata a Kreutzer es una obra escrita explícitamente para un virtuoso y a estas alturas desde el público sólo sabemos apreciar un concierto cuando se amontonan las notas en las secciones, no siempre podemos apreciar lo que en palabras de Juanmanuel se logra cuando lo difícil pasa bajo la apariencia de lo fácil.
La vergüenza de mi confesión se puede superar con frescura, en Beethoven los virtuosismos nunca son carbohidratos vacíos. La sonata opus 47 #09 se distingue del resto del ciclo por varias razones, para empezar es la única que abre con una fanfarrea de acordes para violín solo -una alusión clara a las partitas para violín de J.S. Bach-, introducción que se podría escuchar como una melodía para violín sin acompañamiento y que es replicada por el piano como si éste fuera a desarrollar su propia sonata también, autonomía que plantea un problema de interpretación porque a lo largo de todo del primer movimiento el violín y el piano se van a separar en cadencias para volverse a encontrar en simpatía por largos pasajes, el problema es la decisión de hasta qué punto van a tocar juntos los músicos y hasta qué punto se van a tomar la libertad de hacer el acompañamiento obligado. Es un problema exquisito y ojalá todas las complicaciones que se encuentra uno en las relaciones de pareja fueran de esta naturaleza en la que no hay respuesta equivocada. La decisión de Juanmanuel y Noé fue la de tocar con la mayor sincronía posible, una decisión natural dado el desempeño de entendimiento mutuo que han logrado alcanzar. La consecuencia de “tocar juntos” la sonata la hace caer casi de lleno del lado del clasicismo y tal claridad me permitió adivinar que las cadencias del piano resultaron una influencia ineludible para los impromptus de Schubert.
Otro problema que comparten ambas sonatas y como muestra de una contingente situación en casi toda la obra de Beethoven es qué hacer con las repeticiones. Tanto en el piano como en el violín las repeticiones nunca son repetitivas, los ostinatos no deben ser monótonos, cuando el tema vuelve con una variación debe sin embargo señalarse que se trata de lo mismo transformado. Es difícil no escuchar en este problema de interpretación un eco existencial, una lección sobre lo inevitable de lo irrepetible y lo inescapable de lo mismo sobre la que la historia de la música ha edificado sus más pulcras invenciones.
Quiero agradecer la compañía del artista Caleb quien asiste a los conciertos con un cuaderno de dibujo en lugar de un celular, su página de trabajo es esta: facebook.com/peatondcaleb/
Erick Vázquez