Como he insistido antes, en materia de arte contemporáneo lo más interesante en la ciudad no está sucediendo ni en las galerías ni en los museos, sino en los espacios independientes y con fuerza inusitada en los últimos tres años. El pasado viernes 31 de agosto un grupo de investigadores de Puebla (una iniciativa de Alberto López Cuenca, Nina Fiocco y Luis Calvo) visitó la ciudad para convocar a dichos espacios con la finalidad de hacer una red que le saque la vuelta al centro, es decir, a la Ciudad de México. La reunión aconteció en Lugar Común y todos se presentaron a sí mismos en su proyecto, enunciados al azar de mi memoria: Malteada La Vida, Espacio en Blanco, el propio Lugar Común, El Expendio, La Cresta, No Automático, Oscilante, El Taller, y Deadline que es más bien un proyecto que se articula con los espacios. Hay una razón trascendente por la que esta reunión, el posterior perreo en el Agua Fría y la plática convocada en la UdeM el pasado 07 de septiembre fueron significativos.
La reunión no fue significativa gracias a la convocatoria del grupo de López Cuenca ni por la discusión generada durante la reunión, que giró alrededor de la definición de la agenda e identidad de cada espacio, y que a juzgar por la masiva indiferencia de los integrantes para discutir el tema es una problemática inexistente. A nadie le interesó definir lo que están haciendo por la sencilla razón de que aún lo están haciendo. En términos eróticos la pregunta por definir el actual curso de las actividades resulta anticlimática y se desaprovechó en ese sentido la presencia de los participantes; pero es necesario aclarar que si algún problema logístico hubo fue por parte de los investigadores que cruzaron el país sin un programa de preguntas específicas que evitaran la dispersión y la pérdida de tiempo de los convocados. Lo más significativo de esa reunión, y que quizá haya pasado desapercibido para la mayoría en función de su juventud, es lo inédito de esa cantidad de personas compartiendo su valioso tiempo y escuchándose con respeto y distintos niveles de afecto y reconocimiento en una ciudad en la que hace apenas una década hubiese sido impensable, y que si ahora es posible es gracias justamente a la particularidad de las personas que están dispuestas a implicar el tránsito de sus cuerpos. Nada me quedó más claro cuando al día siguiente, con la finalidad de recaudar fondos para el proyecto de Aikido, se convocó a un perreo y la comunidad entera acudió en masa a perrear tuvieran o no un interés directo ya sea en el proyecto o en la dancística expresión canina de la atracción irresistible.
Este 07 de septiembre, Malteada La Vida organizó dentro de los talleres de arte de la UdeM un cartel conspicuo en su terminología: Una charla/convivio en donde platicaremos sobre colectivos universitarios, proyectos que no salieron como se planearon y la amistad como punto de partida para hacer cosas. Invitaron para el caso a algunos miembros de lo que fue La Orgía: Abril Zales, Rafael Casas-Garza, Marco Treviño y Tahanny Lee Betancourt. Es la primera vez en la historia de esta ciudad que se menciona la amistad como punto de partida en un programa de una manera explícita, deliberada, casi epistemológica y a escuchar asistieron externos a la UdeM cuyo esfuerzo para llegar hasta allá es notorio porque indica que esa experiencia de amistad resuena con sentidos en una práctica que a otros les es propia. En la charla se dijo que para La Orgía –en una fórmula que armoniosamente articularon entre los cuatro ponentes–, se trató de convertir las ocurrencias en formatos, si entendemos que las ocurrencias son caminos no transitados con el permiso del amor que permite la convivencia. Una relación de confianza redobla sus tensiones cuando radica en la mutua subsistencia. La amistad–subrayaron los cuatro ponentes en diversas ocasiones– es ese campo de palabra donde la crítica puede florecer porque nos permite señalar, dialogar y negociar las diferencias.
Es difícil de esa charla sacar demasiadas conclusiones paradigmáticas porque el grupo que constituyen aún sigue transformándose y reinventándose en lo individual y en lo colectivo (aunque esa sea ya una buena conclusión). A la postre, y en general, si tomamos en cuenta lo que está sucediendo con los espacios independientes y con el encuentro entre generaciones, nadie entendemos muy bien qué es lo que está pasando en la ciudad, pero en palabras de José de San Cristóbal, el que no sepamos a dónde vamos no significa que no vayamos a algún lado y es buen momento para preguntarnos: ¿De qué hablamos cuando hablamos de amistad? ¿Se trata de un concepto de amistad aristotélico –la amistad política, la alianza que permite la libertad de la república y dentro de la cual se lucha para preservarla–? ¿Del concepto de amistad de Cicerón y Montaigne –el de la desobediencia civil en connivencia con el más intenso y privado vínculo donde no se distingue la posición política del amor en la amistad–? Se trata claramente de ambas, y aún y se trata de una tercera, la exclusivamente cordial, porque en ninguna de esas reuniones sucede el peor de los casos: el reniego y el descreimiento. En el más flaco de los provechos durante estas reuniones hay un mínimo de reconocimiento incluso cuando hay hasta tres brechas generacionales, es decir, la posibilidad de una confrontación. Es inevitable que dos generaciones en su encuentro no se confronten, en la descripción de las consecuencias mínimas formulada por Gina Arizpe de ponerse frente a frente: Cuando dos generaciones se confrontan, dentro del mecanismo de la identificación –que siempre e inevitablemente por cuestiones de espejo conlleva una mínima carga de agresividad– sucede que de un lado se encuentra una versión del propio pasado y por el otro una versión de un posible futuro, y en ese mutuo reflejo, en el mejor de los escenarios, ambos encuentran sus similitudes y diferencias, ambos se redefinen.
Tal vez esta clara consciencia de nombrar la amistad, el lazo afectivo como punto de partida para entender el arte y desarrollar las estrategias adecuadas para su producción, sea una reacción neta a las condiciones de violencia del país, de la misma manera que el movimiento romántico alemán (Holderlin, Schlegel, Madame de Stael, etcétera) se desprendió de las condiciones históricamente hostiles para el individuo que las ciudades-estado germánicas generalmente presentaban a fines del siglo XVIII. ¿Qué hicieron los románticos ante la hostilidad que la política representaba para el individuo? Cuestionar todo sistema, cuestionar el concepto mismo de “sistema”, cuestionar hasta la autoridad de las ciencias exactas y hacer pactos de amistad que ahora resuenan con el trueno de la historia (es difícil no sentir un estremecimiento al imaginar a Schelling, Holderlin y Hegel compartiendo la juventud, la borrachera y los sueños; es difícil no sentirse sobrecogido al visualizar también el romanticismo llegando a Inglaterra para ver la gran amistad entre Wordsworth y Coleridge metiéndose hongos hasta perder el sentido mientras violentaban de una vez y para siempre la métrica clásica). Es muy probable que así sea, que fundar en los poderes de la amistad la articulación de la crítica y la producción artística sea la natural reacción a un estado criminal, hay razones para pensarlo desde que no es una consciencia ni estrategia exclusivas a Monterrey: Este mismo seis de septiembre se llevó a cabo en el Museo Amparo de Puebla un encuentro de jóvenes organizados bajo el título de InterAcciones con el colectivo Tercerunquinto donde durante el diálogo se subrayó una y otra vez que lo que iniciaba y les permitía a dichos jóvenes continuar un trabajo en conjunto era el lazo afectivo.
Existen los antecedentes para pensar cómo la amistad es una estructura ideal en términos de crítica y confrontación, apoyo material, diálogo y mutua nutrición emotiva, el amplio e íntegro espectro de la necesidad existencial. En la historia de la filosofía los casos son obvios desde la etimología misma (philoi-sophia, el saber entre amigos) hasta la base canónica que en occidente ubica el principio de su tradición en unos diálogos informales entre seres queridos que se amaban al punto de haberse salvado la vida en batalla por aquí o haber donado su dinero en bien del otro por allá. En la historia de la música los ejemplos son más bien abundantes acaso por la propia noción de su oficio, cuando el emperador Adriano preguntó al filósofo Epicteto qué era la amistad éste respondió: Armonía (Quid est amicitia? Concordia). La amistad entre los compositores de la Segunda Escuela de Viena se sostuvo franca y estrecha durante sus vidas enteras: se prestaban dinero, hacían road trips juntos, y por supuesto organizaban conciertos de sus propias obras donde al discutir los fundamentos de sus innovaciones los gritos se escuchaban hasta la calle. En la historia de las artes visuales debo decir que no se me ocurre un caso de de amistad tan sólida y larga como la de los miembros de La Orgía.
Tanto el caso de la amistad en el contexto de los diálogos de Platón para la historia de la filosofía, como el caso de los románticos en las ciudades-estado germánicas y el de los compositores de la Segunda Escuela de Viena, todos tienen en común que se encontraban en situaciones de precariedad, de vulnerabilidad en sus derechos como ciudadanos y de estrechez de recursos para la producción de sus obras. Sócrates es el teórico alternativo por excelencia –el más punk era sin duda Diógenes–, optaba por las discusiones en los lugares más inusitados, menos posiblemente institucionales para cuestionar los fundamentos corruptos de la tiranía y de los sofistas; los románticos fundaron su propia publicación independiente (el Athenaeum) y la presentaban en salones privados; los compositores de la Segunda Escuela de Viena llegaron al punto de organizar sus propios conciertos rentando un salón que ni siquiera estaba abierto al público en general en el contexto más opresivo y violento posible de la Alemania y Austria de entreguerras. Ante la violencia y la precariedad la generación de espacios independientes, espíritu crítico: lazos afectivos. Un álgebra manifiesta e inteligible.
Por supuesto que no todas estas relaciones ahora históricas duraron toda la vida, la amistad como cualquier otro lazo se puede fracturar con el más mínimo de los accidentes, lo importante es lo que sus concordancias les permitieron construir y que se opusieron con claridad consistente y contrastante a las generaciones que les precedieron y sucedieron, una oposición que delineaba más articulaciones y alianzas que fracturas en la diferencia. Mi dificultad para pensar el escenario de una comunidad artística que ahora en esta ciudad crece fortalecida con las herramientas de una inteligencia que comprende que no se podría sobrevivir sin un mutuo reconocimiento y afecto, sin el uso de las instituciones y las estrategias de la alternancia, no proviene de una insuficiencia de matriz teórica, proviene de un escepticismo, el propio de mi cinismo. El cinismo de mi generación y el de la anterior que acaso haya por lo menos servido de rabia persistente, misma que ahora languidece ante el espectáculo de un misterio que resiste irreductible, el misterio de una subjetividad casi inexplicable en términos históricos al punto que habría que creer que los afectos se sostienen más bien germinando por adaptación en el sentido más posiblemente evolucionista del término, en el enclave más honesto imaginable entre cuerpo y símbolo.
Erick Vázquez