PreMaco, la evolución del coleccionismo local y la despedida de LarSchool de Monterrey

Parece que la pandemia por fin da señales de menguar y con ello el mundo del arte regresa con algarabía, pero en esta edición de PreMaco fue muy palpable la ausencia de los espacios independientes, de los que tanto he insistido eran lo más valioso que la ciudad tenía para ofrecer porque eran el enlace entre los artistas jóvenes y la institución, las instancias comerciales, ferias y galerías. En este sistema circulatorio los espacios independientes eran la aorta, o por lo menos las arterias braquiales, y desde que la característica de un espacio independiente es siempre la precariedad, fue imposible que se sostuvieran en las condiciones insoportables de una pandemia como no se veía en por lo menos cien años de inmunología. Ahora que el virus que nos aisló estos años parece mutar en versiones cada vez menos amenazantes, acaso las cosas cambien, por lo pronto los pocos espacios independientes que sobreviven son “Es.coria” (Carlos Lara, Luis Figueroa, Brenda Fernández), “Transliterado” (Eliud Nava), ElExpendio, YoStudio (Yolanda Leal) y “Sitio Centro” (Blast, Malcom, Ácaro).

Una prueba clara de las consecuencias de la ausencia de estos espacios es que lo más indiscutiblemente interesante que se pudo ver en PreMaco fue la instalación de Marcel del Castillo en YoStudio. La instalación de Marcel, armada con tubos de PVC, traza un circuito cerrado con otro circuito en medio, desconectado, con una coladera en la que se escuchaban testimonios de ciudadanos de Los Herreras y Ciudad Anáhuac, dando cuenta de la contaminación en los ríos provocada por la empresa minera Matrimar, revelando que los problemas de agua que ahogan lentamente al Estado de Nuevo León no los origina la población, sino el fracking, la industria no regulada, que amenaza con la privatización del recurso esencial para la vida en el planeta.

«De dónde viene el agua» de Marcel del Castillo en YoStudio. Cortesía del artista

La investigación de Marcel del Castillo, expresada en la instalación y en una serie de fotografías, es un producto crítico, expresivo y problemático, muy difícil de concebir en un espacio distinto. Otra prueba de que la vida artística pulsaba con mayor fuerza en los espacios independientes fue lo mostrado en “Artista Manifiesto”, un esfuerzo de Eliud Nava, Rodrigo Odriozola, Catalina Escamilla, Gloría Cárdenas, Rebeca Jiménez entre más participantes .

Desnudo, 2021, del proyecto «The survival of the golden thread» de Alejandro Zertuche, mostrado en «Artista Manifiesto». Registro por Rubí Silva.

Ahora bien, un elemento notorio de “Artista Manifiesto” es que, si bien se trata de un proyecto alternativo a las propuestas propiamente comerciales, la gestión fue realizada entre artistas y los directores de FAMA, coleccionistas y gestores, y este es un efecto directo de tanta iniciativa al margen de la institución en los años que precedieron a la pandemia, una actividad casi frenética de espacios y exposiciones y proyectos, en la que se sembraron inquietudes que ya se están traduciendo en realidades. Me refiero a un hecho en particular, algo que nunca pensé que diría, que es tan raro para la realidad no solo regiomontana sino del país, que vale la pena hacer un poco de drama para enunciarlo: lo más interesante, lo mejor que tiene Monterrey en este momento, son sus coleccionistas y gestores, completamente atípicos respecto a la figura usual del coleccionista discreto, anónimo: por el contrario, los coleccionistas y gestores de Monterrey son agentes activos en franca comunicación con la comunidad artística, promoviendo proyectos en colaboración y difundiendo proyectos incluso ajenos; atendiendo a lo que Ana Garduño enunció al lado de Adriana Melchor en su conferencia, organizada por MacroSalón en el museo MARCO el año pasado: “Un coleccionista que no circula sus adquisiciones no es un coleccionista, es un acumulador, un hoarder.”

Como último ejemplo cristalino de esta sorprendente realidad está la iniciativa de LarSchool, de Catalina Restrepo y el curador Gonzalo Ortega, que con invenciones como “Presto mi casa” inspiró a agentes ahora fundamentales para la escena del arte, como Gloria Cárdenas y Ernesto Vallejo. La actividad de Catalina y Gonzalo fomentó y acompañó proyectos como el de Timba, de Carlos Lara e Isabel Arciniega, LarSchool impartió incansablemente talleres de curaduría, a los que asistieron gente tan valiosa como Abril Zales y Paola Livas, ésta última junto con la que Lar, siendo consecuente, organizó la décima y última edición de Deadline, el proyecto que Paola dirigió durante cuatro años y dio visibilidad a una larga lista de artistas emergentes. Justamente, esta última edición de Deadline, titulada con precisión The Friends we made along the way, fue el cierre de un PreMaco que muestra el rostro de una escena del arte en transición, y uno de los eventos con los que la iniciativa de Catalina y Gonzalo preparan su despedida de la ciudad para iniciar su trabajo en otros rumbos. “Todo/Nada”, exposición de Marilú Garza, marca la despedida de LarSchool de Monterrey, con una plática entre Catalina y la artista, este jueves 03 de marzo a las 20:00 en el restaurant Gypsy, arriba del Maverick, a donde lo justo es asistir para decirles hasta pronto con el aplauso que corresponde.

Erick Vázquez

Las Artes Monterrey y el arte público

La cuarta edición de arte público de las Artes Monterrey tuvo lugar, como de costumbre, en la Macroplaza y lo circundante. Esta edición estuvo curada por Abril Zales y Rubén Gutiérrez y mucho del esfuerzo para que fuera posible provino, como de costumbre, de parte de Eliud Nava y Verónica González, empeñados en la noble tarea de mantener latente el débil pulso cultural de la ciudad. A hacer el trayecto me acompañó Gloria, quien tiene mucha fe en este tipo de propuestas porque está segura que aunque se logre tocar la sensibilidad de apenas algunos cuantos, una minoría de los transeúntes aunque sea, en quienes se logre esa utopía anhelada del arte público contemporáneo (la semilla minúscula y efectiva de preguntarse por la pretendida normalidad de su realidad), ya valió la pena el gran esfuerzo de todos los mencionados y creo que Gloria tiene razón; el arte funciona como la minería a cielo abierto, contamina un montón, se perfora y se explotan cantidades de toneladas para extraer apenas gramos de metal precioso (sobra aclarar que la metáfora es simbólica y no pecuniaria).

La primera intervención, frente a las oficinas municipales, es una típica mesa con bancas laterales de concreto, una obra de Teresa Margolles, para cuya construcción realizó diversas visitas a lugares donde se han cometido crímenes de transfobia. Teresa llegó a las escenas del crimen, lavó los lugares, acumuló el agua sobrante y con esa agua mezcló el concreto para las bancas y mesa. En un costado de la mesa se puede leer en relieve “Una mesa y dos bancos realizada con una mezcla de cemento y materiales recuperados donde ocurrieron hechos violentos a mujeres transgénero en la ciudad de Monterrey”. Pocas artistas como Teresa para entender la muda memoria sepultada de la violencia de este país, y esta obra tiene mucho sentido al interior de sus intenciones y producción, una banca en la que la gente se sienta a comer su lonche durante el descanso laboral, reposando inadvertidamente sobre los signos de la desintegración y la furtiva destrucción de la que somos objeto. Podría ser una bella pieza de museo o una muy bien lograda pieza de galería, pero en el espacio público, donde nadie se detiene a leer nada que no les incumba de manera inmediata, el shock value que Teresa tan bien utiliza a su favor en este contexto queda completamente neutralizado y la obra no hace más que redundar en el mutismo doloroso de los crímenes de odio que quedan impunes. Lo inefectivo de la obra quedó comprobado en que posteriormente se mandó pintar el relieve del texto con pintura negra, para ver si así alguien se tomaba la molestia de leerlo, pero en lo que alcancé a atestiguar cuando trabajadores se sentaron a comer no fue el caso, ni siquiera cuando conspicuamente me acerqué a tomar fotografías del texto.

Todavía peor lograda es la intervención de Yolanda Leal, su premisa parte de reconocer que hay plantas que crecen en su patio y en la región sin ser sembradas, que son descartadas como plantas invasivas gracias a un especismo de clase que es reforzado por la idea de que las plantas de vivero son las que tienen una auténtica belleza y valor. Es un problema ideológico fundamental el que Yolanda intenta tocar porque en esa discriminación se aloja la ignorancia regiomontana que considera el crecimiento endémico como un obstáculo al progreso, ignorancia cuyas consecuencias han sido y son de una agresión devastadora y sistematizada desde las políticas de Estado hasta la convivencia individual y doméstica con el verdor. Pero la solución formal de Yolanda para la articulación de este malestar fue usar un árbol de los jardines de la Macroplaza como muestrario de las plantas de las que quería hablar, cercando el árbol con cinturones de metal para suspender probetas de plástico con especímenes de tabachín mexicano que, fuera de su elemento natural, rápidamente murieron de desnutrición; para tratar el tema de la discriminación de las especies la artista inexplicablemente adoptó la estética propia del laboratorio, la disección, y hasta del colonialismo ideológico que el arte contemporáneo es tan susceptible de adoptar, sin siquiera poner atención a los alrededores inmediatos del roble donde crece la Malvastrum tan chula sin que nadie la moleste, y donde se puede ver que además al parecer la Malvastrum ha aprendido a crecer de manera rastrera para aprovechar la protección del árbol manifestando uno más de los múltiples milagros inadvertidos en el interminable e incuantificable procedimiento del origen de las especies.

La intervención de Gabriel Cázares, El Faro y la Ruina, es la que mejor corresponde al contexto por la elección de los materiales y el conocimiento de la gente que camina por ahí, que puede usar unos polines de metal estorbosos ubicados en un punto en el que un centro comercial fracasó y ahora queda como subterráneo olvidado de un sueño impostado de progreso, con el Faro del comercio de fondo haciendo la vertical a sus líneas horizontales. Gabriel conoce muy bien la zona, su historia, y por eso tuvo mejores resultados que las otras intervenciones, con gente curioseando e interactuando, y resulta una prueba, por si hacía falta, de que uno no puede llegar a poner sus cosas así nomás y esperar que la gente reaccione de manera estética. La intervención de Gabriel se activa con una actriz que lee un texto, escrito por Gabriel también, en donde se puede escuchar este sueño del progreso que devino una ciudad mal improvisada y esencialmente hostil al peatón, y el discurso de la actriz se confunde en la dinámica de la plaza donde hay toda clase de gritos y peticiones, quejas y venta de comida, gente curiosa que se para a ver qué está pasando.

El caso es justamente que el arte público tiene que competir con la ya bastante aparatosa realidad del centro de una ciudad: durante la travesía con Gloria nos encontramos un migrante de Chiapas que venía deportado de Wisconsin y pedía informes para llegar al hospital, cargaba una bolsa en el abdomen con un orificio quirúrgico por donde defecaba a razón de un cáncer de colon y nos mostró un fragmento de sus intestinos expuestos, el señor iba con medio cuerpo de fuera como un transeúnte más de la plaza y como una expresión perfecta de la realidad de los migrantes en esta ciudad, que se niega a reconocer que fue una ciudad de migrantes en primer lugar y que vuelve a serlo ahora; más adelante unos obreros trabajaban una macroestructura para cubrir el antiguo palacio de gobierno mientras decenas de contenedores de agua eran vertidos en toda la explanada creando un espejo de agua de cientos de metros cuadrados donde los que caminábamos nos reflejábamos contra el cielo entero del otoño; en el camino entre el Museo de Historia Mexicana y el Palacio hay un enorme pavo real de hierro que debe tener meses o hasta años pudriéndose bajo el sol y la lluvia y deja ver ambos edificios entre su decadencia, un comentario excelente sobre el destino de tantos proyectos gubernamentales.

¿Cómo piensan los artistas que van a competir con esos escándalos estéticos que ya expresan a la perfección la naturaleza de los avatares sociales, económicos y hasta emocionales de esta ciudad? La respuesta es que este proyecto fue realizado por artistas y agentes culturales que o bien no saben quiénes pasan por la plaza o deciden ignorarlo, es decir, que es un proyecto de arte público para un público que sólo existe en la fantasía de los artistas y los gestores. Pero -y este es un gran pero- a fin de cuentas el arte público es uno de los índices de la actividad en una comunidad artística y en tanto tal es como el sexo, que es preferible que haya un poco alguna vez cada año, aunque sea insatisfactorio, a que sólo exista el sueño del evento. A pesar de todo, ¿cómo no estar de acuerdo con este tipo de iniciativas? Sobre todo cuando, repito, son el fruto de un esfuerzo casi altruista de gestores que hasta se desvelan para hacerlo posible, gestores que creen firmemente en el arte como un valor efectivo al interior de una sociedad que, como la regia, hasta presume de lo descarnada que es. Entonces, aunque parezca que me estoy quejando, estoy seguro de que el proyecto de las Artes Monterrey, en cada nueva edición, resuena en una actividad con más virtudes de las que son evidentes, sobre todo en la serie de relaciones que entreteje con diversas instancias culturales como el Festival Santa Lucía, con los artistas que exhiben su trabajo y los curadores en su práctica.

Erick Vázquez

Reseña 2017

Cada año y desde su primera edición ha habido tradicionalmente razones para quejarse de la Reseña anual, algunas fundadas y otras ociosas. Este año es uno de los que se apartan de la tradición pues no hay razón imaginable para protestar y el motivo es la atinada selección de los jurados por parte del Consejo para la Cultura y las Artes: la mirada experimentada de Rosario Guajardo y los riesgos calculados de Leo Marz y Eliseo Ortiz.

La Reseña ha servido, por lo menos desde la invención del CONARTE, como un dispositivo de reconocimiento para alojar la producción de artistas jóvenes y atraer con el premio a artistas más experimentados, si bien el criterio no ha sido nunca expreso tal cual en la convocatoria, la naturaleza local y la estatura abierta del evento han sido propicias. Obviamente en una justa así suelen ganar los más expertos en concursar pero me parece muy funcional como escuela de graduados para que artistas de diferentes trayectorias y técnicas puedan medir sus fuerzas. Los ganadores de esta cuadragésima edición son Yolanda Leal y Alberto Viloria.

Ambos premios son como ya he dicho indiscutibles. Alberto Viloria, aunque el suyo sea un lenguaje crítico ya consabido, es dueño de un léxico propio en pintura y con una técnica que le permite sostener con deliberada soltura su código que estudia, en sus palabras, “el rito de sacralizar objetos, antropológicamente hablando, un procedimiento que el ser humano hace habitualmente, como poner objetos en museos.”

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Alberto Viloria, Hierofanía

La pieza de Yolanda Leal debe ser unos de los premios mejor otorgados en la historia de la Reseña: variando sobre la iniciativa de la fábrica de Cerillos Clásicos -donde se han reproducido obras de arte en el anverso de la cajetilla desde 1940 con la idea de Daniel Montull- Yolanda imprime dos colecciones de imágenes que se desprenden de sus viajes por carretera en Estados Unidos al hacer el recorrido turístico de los asesinatos célebres: por un lado una serie de fotografías de animales muertos que se fue encontrando en la carretera y por el otro una serie de fotografías del tour que recrea el Bloody Sunday, el asesinato de JFK, etcétera. La adaptación al concepto “la cultura al alcance de la mano” le da una vigencia al proyecto de la fábrica de cerillos que serían necios en no adquirir. La obra de Yolanda se acompaña de un par de hieleras llenas de los preciados cerillos, hieleras que se entiende la acompañaron en su road trip.

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Las menciones honoríficas fueron para Issa Fabiola Téllez Ramos por la instalación “Registros”; Marcel Antonio del Castillo Pérez con el tríptico fotográfico “Invizibilizar-huir”; y a Paola López Olivera por la instalación “Cartas a mi No-hijo.” (Sic.)

Entre las seleccionadas la pieza de Tahanny Lee Betancourt bien pudo haber quedado entre las menciones honoríficas por la elegancia de la solución formal a un problema conceptual complejo. Se trata del enclave entre su historia personal con un peine y la historia tradicional de la cultura china en la que se inscribe el mismo: el peine lo recibió de su abuela, objeto que en antigua tradición se usa para peinar a la novia antes de la boda significando que se ha alcanzado una edad adulta e invocando “la buena fortuna,” la ceremonia del peinado a su vez debe ser efectuada por una mujer que haya tenido a su vez una buena fortuna (hijos, nietos, buen marido, longevidad). Con los años, la presencia de los cabellos blancos en el peine atestiguarán que la gracia le ha sonreído a su portadora. La obra de Tahanny es la reproducción y multiplicación serial del peine en usos y abusos que le son ajenos, como una especie de mecánica del olvido para industrializar una suerte de fortuna personal, una improvisación sobre su tema y memoria, conservándola, superándola. Entiendo que no haya ganado una mención porque el resultado es aún un trabajo en proceso y por lo tanto carece de puente formal en términos comunicativos –el espectador sin mayor información es imposible tenga una idea de lo que se trata la pieza-, pero por otro lado las obras conceptuales que sí la recibieron pecan de ser demasiado explícitas, un barroco formato para un mensaje que no requería mayores explicaciones echando en saco roto el consejo de Mies van der Rohe de que menos es más.

En la ceremonia de premiación y antes de que el curador Mario García Rico nos explicara su perspectiva para la exhibición, la directora de la Casa de la Cultura, Eva Trujillo, pronunció un discurso que vale la pena citar en su integridad:

“La construcción de una identidad se ha llevado 40 años, la suma de artistas plásticos que ha pasado en ella es indefinida, algunos desaparecieron de las artes, otros crecieron, muchos hicieron su vida en ella y hoy, hoy son, provocan ser desde la imagen y la forma, la textura, y en noches como ésta coquetean a la mirada con voz propia donde el contexto histórico se manifiesta invitándonos a delegar rostros, lugares, circunstancias donde los sentidos despiertan ante la realidad vertiginosa de una ciudad, de una sombra que esconde para que nos asombremos vida y muerte, luz y oscuridad, desde la mirada de veinte artistas que nos asombrarán esta noche donde dos obras trascenderán invitando al resto a formar parte de esta noche.” (Sic.)

He escuchado la grabación y luego releído este discurso hasta el cansancio para encontrar su sentido oculto -porque sentido manifiesto lo tiene al exclusivo nivel del misterio- sin lograrlo, sin duda una estrategia de parte de una autoridad de la institución cultural para mantenernos despabilados.

Ricardo Marcos, Presidente de CONARTE, anunció que a partir del 2018 la Reseña se convertirá en el Premio Estatal de Artes Visuales de Nuevo León, con el fin de darle “la fuerza, concepto y dignidad que se merece este premio ya histórico,” una renovación del formato que se ha venido discutiendo necesaria por mucho tiempo.

 

Erick Vázquez