Con la reciente presentación de su libro en el CEIIDA Melissa García confirmó su lugar en la historia del performance de esta ciudad pero además dentro de la misma inauguró también una nueva especie de articulación, una que se sitúa por partes iguales entre el cuerpo y la literatura, por partes iguales entre el análisis disciplinado de los conceptos y la pasión que involucra la historia personal de un cuerpo, borrando así la diferencia densamente ideológica, netamente imaginaria, entre cuerpo y palabra, carne y lenguaje. Después de los comentarios sobre el libro por parte de Issa Téllez, Veronika Sieglin, y la editora Virginie Kastel, Melissa, cargando el cuerpo de una sábila de proporciones similares a las suyas, cortó con una segueta brazos de la planta mientras hablaba palabras del libro. Había un ritmo entre el silencio y las palabras pronunciadas en una discreta contramarcha con el acomodo de la sábila y las mutilaciones, acomodo que Sara Medina describió con precisión como «los movimientos de un ejecutante acomodando su instrumento de cuerdas»: el sonido de las pencas al caer, el silbido sordo de la segueta al cortar, el peligro de hacerse daño, estaba más cerca del étude que del impromptu, es decir, más cerca del estudio analítico del instrumento y de sus posibilidades expresivas que de la improvisación de una circunstancia. Un equilibrio entre la fragilidad y la fortaleza, la posibilidad del daño y la resistencia. Tal vez resistencia sea una de las palabras clave para pensar el trabajo de Melissa, su escritura y su performance, resistencia en sentido fisiológico, emocional y político, porque al cargar un volumen similar al propio para desmembrarlo mientras se deshojan verbalmente páginas de un libro autobiográfico se requiere de una resiliencia que ya en sí misma es la sustancia de un acto social, la confirmación de una identidad y la postura de afirmarla en condiciones adversas.
El libro, publicado por la editorial TresNubes, es pues un ensayo autobiográfico inscrito en la tradición inaugurada por San Agustín y Michel de Montaigne, pero con la marcada y segura diferencia de tratarse de una experiencia corporal de mujer y de violencia. Tal y como aseguraron Sieglin y Kastel en sus ponencias, lo personal es político, y lo es gracias al trabajo de la construcción simbólica que encuentra, en este caso, su plataforma en los dispositivos públicos del arte. El que lo político tenga invariablemente consecuencias privadas no significa que a la inversa opere de manera regular, muy por el contrario, se requiere de un trabajo intenso que el cuerpo tiene que fabricar con actos, como punto donde confluyen los poderes simétricos y opuestos de la intimidad y las legislaciones. Kastel, en su presentación, concluyó con elegante sencillez que el cuerpo es escritura, una escritura que en la historia de Melissa comienza con una escucha:
«Y esto me parece un gran descubrimiento. Es en este descubrimiento que ella comienza su libro. Por eso hay que hablar. Hablar acalla el miedo porque el miedo hace ruido. Es ruidoso, y es también un ruido que se escucha en el silencio porque hubo violencia, hubo escenas de las que nunca habla. Entonces de inicio, estamos en el ruido que es silencio y en el silencio que es ruido. Entramos por una cavidad al cuerpo, es la oreja. De la oreja a la lengua, de la lengua a la piel, de la piel al recuerdo, del recuerdo al objeto, del objeto a lo femenino, de lo femenino a la circunstancia que simultáneamente es historia y genealogía, y de ahí, al útero y del útero a la matriz, de la matriz a la muerte que también es la vida. El círculo quedó cerrado para comenzar de nuevo.»
Es luego un momento importante en la historia de la autora, de su pensamiento y acción, al hacer un epílogo a su libro con un performance en el que el cuerpo de una sábila encarna su subjetividad, y los problemas propios del lenguaje articulado son parte de una dimensión artística que colaboran para su simbolización. Melissa es una artista de la expresión con una carga emocional sostenida en el armazón de una disciplina intelectual, que con el acto de soportar una planta entre sus brazos desarrolló una narrativa del desmembramiento para dejar flor y raíz solas, la posibilidad de la semilla, en un discurso biológico casi. La usada es la misma segueta con la que cortó el candado de una vivienda que guardaba secretos de una vieja historia familiar, la sábila la constatación de una práctica doméstica en la que colindan siempre lo que a veces da salud y a veces daña.
Tal vez no haya estado errado al hablar de un performance en términos musicales, porque la música produce ideas análogas en espíritus distintos, es gracias a una estructura que problematiza una idea corporal que pensamos ideas simétricas en una diversidad de sentidos, y porque como con la música, al final de la presentación y del performance y en el protocolo usual de una presentación donde se da la palabra al público, envueltos en el olor acre de la sábila, sólo pudimos restar en silencio.
El libro aquí.
Erick Vázquez