Nada es suficiente

¿Cuándo vamos a hacer todas las cosas que dijimos que ibamos a hacer? Suena a reclamo, pero a un reclamo esperanzado en el que aún existe la posibilidad de que vayamos a cumplir nuestras promesas. Carlos Lara es un artista promesa, por lo menos para mí, desde que le conocí unas esculturas en el taller de la universidad donde él estudiaba: pedacería, fragmentos caídos de diferentes muros de varios edificios que podían hacer un Tetris resumiendo un estado de la ciudad, un resumen de su desmemoria patrimonial. Esas esculturas no las vi ni terminadas ni expuestas. Luego, cuatro años después, el pasado junio del 2022 en el espacio independiente de Yola Salvaje, presentó una colección de obras bajo el título “Nada es suficiente”, proyectos que nunca se concretaron, maquetas, tareas de la escuela, algunos otros que ya habían visto la luz.

El proyecto, curado por Brenda Fernández, es un ejercicio con el que Carlos revisó qué ha pasado entre aquellos días que empezó a producir como estudiante y ahora que ya es un ciudadano con responsabilidades ante el SAT. Carlos es todavía muy joven como para andar poniéndose a indagar en su pasado y recuperar el tiempo perdido, como si aquel chavo con diez ideas frescas por minuto ya se hubiera perdido hace tiempo entre las decepciones y las canas, pero el suyo es un caso excepcional dentro de su generación porque el cuerpo de obra que presentó como tesis de grado -una obra que sintetizaba con un léxico claro la historia del mito regiomontano, el más caro de sus mitos, el mito del progreso a través del trabajo duro y la crisis del sueño en torno al asesinato de Eugenio Garza Sada- fue un trabajo de congruencia discursiva y formal incuestionable, ligado por lo demás a su historia familiar. Y luego resultó que la propia familia Garza Sada se lo compró todo en la segunda edición de FAMA, en una trama que a Charles Dickens le hubiera parecido exagerada. El artista todavía no recibía su título de graduación. Carlos tiene muy presente que la consecuencia de un éxito precoz suele ser la inhibición, el síntoma, la angustia, y que entre ese inicial estilo desfachatado, fresco y honesto, y lo que hace ahora, algo ha perdido en el camino.

Las discusiones entre estudiantes de arte son gritaderas apasionadas hasta la madrugada entre amigos, de las que salen proyectos libres de la preocupación por si la solución formal va ser adecuada o no al cubo blanco y la agenda de tal galería o institución, sin el peso de tener que negociar la forma ni la intención. Las discusiones entre colegas que ya intentan vivir del arte, con la ambición de hacerse un lugar dentro del circuito, son conversaciones ya bien distintas y poco queda de aquellas ganas de deshacer el mundo para enfocarse más bien en la logística, la adecuación entre la estrategia y la oportunidad. Esta diferencia abismal es la total falta de conexión entre la realidad encapsulada de la universidad y la realidad por demás enrarecida de un sistema que difícilmente distingue lo ideológico de lo comercial.

“Nada es suficiente”, con el despliegue de proyectos fallidos y logrados, fue por lo tanto un esfuerzo genuino por darle valor a esas intuiciones de estudiante, bajo la firme creencia de que efectivamente de esos impulsos se trata todo esto de hacer arte, y que lo demás, el mercado y el circuito de espacios expositivos, comerciales e institucionales, pueden llegar a sostener la subjetividad que resuelve un problema histórico y social, si se juegan bien las cartas. Una revisión así tenía que haber sido en un espacio independiente, sobre todo porque en el caso de Carlos Lara la búsqueda de legitimidad se centra en un discurso de clase social, discurso al que la mayoría de los artistas le sacan la vuelta y con razón: parecemos estar ya dispuestos a hablar de género y de la muy discutible historia del arte, e incluso hacer de estos una agenda institucional, pero la clase social sigue siendo la palabra sucia en los discursos sobre arte por lo menos desde que Brecht fracasara en sus ingenuos intentos por escandalizar a la burguesía en la Europa de entreguerras, porque la diferencia de clases se encuentra en el corazón mismo de todo el sistema de las artes, desde su educación informal y profesional, pasando por las galerías y las instituciones, hasta las imágenes editadas del prestigio. Hasta la fecha no ha habido ni hay manera en que pueda funcionar de otra forma.

Carlos, ya sea por un exceso de ingenuidad o por una incurable autenticidad, está empeñado en perseguir este tema porque él sabe que sus mejores piezas han sido las de una poética que se desprende de su genealogía familiar, sus muy serias preocupaciones sobre la migración, el mito del progreso, la depresión alcohólica que es su correlato, la ubicuidad maldita de una identidad regional o nacional y los signos que la constituyen. Además de su lúcido olfato para detectar el mecanismo de la diferencia de clases, a Carlos lo acompaña un sentido del humor que muy bien puede ser su tabla de salvación, porque el sentido del humor suele ser, sumado al talento, la estrategia ideal para solucionar una forma aceptable para casi cualquier susceptibilidad y burlar las trabas de la represión.

“Nada es suficiente” permitió ver, en la dispar solución de todas las piezas entre sí, que los de Carlos Lara siempre han sido juegos formales, y que la intención de sus juegos ha sido siempre la de manifestar las reglas del juego social (las piezas que ha producido desde entonces tal vez carezcan de esta frescura, su serie sobre las latas de cerveza no en todos los casos resulta igual de expresiva, no por falta de concepto, sino por exceso). Una de las mejores obras en aquella expo fue la planta de gardenias que sacó de casa de su abuela y que tuvo que trasladar en una mochila cargándola en su espalda por la ciudad, en una clara metáfora del florecimiento y el desarraigo, pero mi pieza favorita de la exposición en YoStudio fue una nota escrita a mano metida en un zapato, que se lee “Cuándo vamos a hacer todo lo que dijimos que íbamos a hacer?” Ha sido mi favorita porque parece estar dirigida a sí mismo y a sus amigos, cuando juntos y hace tiempo decidieron que iban a cuestionarlo todo, y no es un destino seguro que un artista con talento alcance los sueños que la historia y sus contemporáneos le imponen, o le imponemos. Es mi favorita además porque la suscribo, también tengo promesas que me he hecho y procuro no olvidar, aunque sea poco a poco, como este texto que llega con más de medio año de retraso.

Erick Vázquez